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Nápoles, para vivirla

Que puedo aportar de nuevo que no se haya citado ya acerca de esta gran urbe, pues tan solo el humilde punto de vista de una de tantos miles de turistas que arriban a los pies del Vesubio.

Nada más salir de la estación central, sorteando el caótico tráfico y poniendo en práctica mis mejores cualidades como peatón para no ser arrollada por algún conductor, logré cruzar a la Plaza Garibaldi presidida por la estatua del famoso militar que lleva su nombre y en cuestión de segundos, pude observar toda la mala reputación que había escuchado sobre Nápoles allí plasmada.

Miles de migrantes llegan a la costa Napolitana en busca de un futuro demasiado incierto, gran cantidad de italianos han de ingeniárselas y rebuscar la manera de conseguir el sustento diario, la basura se acumula en las calles, barrios con su propio orden y ley en los que te cruzas con niños de unos 12 años motorizados, los cuales con un insolente ladeo de cabeza te ordenan y obligan a echarte a un lado si no quieres que te atropellen. Todo ello no me sorprendió, ya que lo había visto en otras partes del globo y soy consciente que esa aplastante realidad existe, pero vivir en un país tan ordenado y estructurado como los Países Bajos, en el cual, por poner un ejemplo, si te pierde una cazadora, tan solo has de deshacer el camino andado y tendrás un 70% de posibilidades de encontrarla en alguna parte del trayecto, ya que seguramente algún transeúnte la habrá acomodado en algún banco o poste a la espera de que el propietario vuelva a recogerla. Un país en el que tan solo en las ciudades más turísticas como Ámsterdam o Róterdam activas la alarma y andas algo más precavida , mientras que en el resto del territorio puedes encender el piloto automático sin problema alguno. Este modo de vida produjo en mí, sin lugar a dudas, una gran sacudida al chocarme de frente con la enredada, imprecisa , desordenada y desenfrenada vida Napolitana que me apartó de mi letargo.

Aun así he de decir que no me sentí especialmente insegura en esta ciudad , tan solo de noche, pero creo que esto quizá se debe a mi educación y condición de mujer , ya que si me dirijo a mi morada bajo la luz de las farolas, siempre llevo las llaves de casa en la mano, no importa en que lugar del mundo me encuentre.

Pero toda esta reputación es tan solo una parte de Nápoles , su otra cara está llena de historia, con preciosos edificios , plazas, iglesias, monasterios y rincones que descubrir, que me enamoraron .


Asimismo tuve la fortuna de conocer el lado amable de su gente , hubo un par de anécdotas que recordaré siempre y deseo citar.

La primera me sucedió en un supermercado de los alrededores del hotel. Tras acomodar las maletas nos dispusimos a buscar un supermercado dónde comprar principalmente agua y otras provisiones para mantenernos hidratadas. A la hora de pagar le entregué a la malhumorada cajera un billete de 50 euros, ella me dejó el cambio en un pequeño soporte al lado de la caja, y yo abobada aún, introduje los productos en la bolsa y alegremente salí del supermercado dejando allí la vuelta. Veinte minutos más tarde caí en cuenta de mi olvido y con mi cabeza llena de prejuicios hacia aquella empleada, me dirigí de nuevo al supermercado con la certera convincción de que esa mujer de carácter agrio y semblante de no ser trigo limpio, iba a afirmar que me había entregado el cambio y me tendría que ir con las manos vacias. Que podía esperar!!!!! Más sin embargo la vida nos da bofetadas bien merecidas de vez en cuando. Nada más atravesar la puerta , la empleada me reconoció e inmediatamente con una amplia sonrisa extrajo los 35 euros de la registradora y me los entregó en mano. Admito que me sentí bastante avergonzada de mi misma, por mi receloso y convencional comportamiento.

La segunda anécdota me ocurrió en el tren regional hacia los pueblos de la costa Amalfitana.

Ocho de la mañana , los vagones del tren ya repletos de turistas camino a los hermosos pueblos costeros italianos, así como locales trasladándose a sus puestos de trabajo, por lo que todos los asientos se encontraban ocupados y los menos afortunados nos apelotonábamos de pie , mi pensamiento en aquel momento fue la pesadez de tener que aguantar una hora y diez minutos que duraba el viaje sin poder sentarme, incluso me enfurruñe, ohhhh pobrecita de mí, no poder apoltronar mi trasero en ninguna butaca camino a uno de los lugares más bellos de Italia, mientras muchos de los allí presentes debían ir a trabajar, músicos callejeros subían en alguna estación amenizando el viaje y sacarse algún que otro euro para el sustento diario, y yo creyéndome con el derecho de contrariarme por la incomodidad de mi viaje. Un hombre más o menos de mi edad , como si me hubiese leído el pensamiento, me miró y amablemente me invitó a tomar su asiento, en un primer momento algo perpleja y agradecida me negué pero el se levanto e insistió de nuevo. Me senté , el hombre desapareció y le ví de nuevo media hora después a través de la ventana cuando se apeó del tren. Otra vez me volví a sentir avergonzada, esta vez por mi estúpida y caprichosa conducta de señoritinga comodona.

Si esperaban ustedes anécdotas más interesantes, siento decepcionarles, son simples y sin ningún ingrediente apasionante, pero honestamente y sin ánimo de rozar la sensiblería, me conmovieron en cierto modo y con estas modestas líneas doy las gracias a estas dos desconocidas personas que me llevaron a reflexionar acerca de mi pusilánime talante y de los valores que se está llevando por delante los cimientos firmemente asentados de la sociedad individualista que están erigiendo a nuestro alrededor. La amabilidad y consideración para con el prójimo escasean cada vez más y yo las fuí a reencontrar en el lugar más inesperado.

Sin más, le invito a visitar , explorar y disfrutar de esta metrópoli , que aparte de ser un punto de partida ideal para recorrer esta zona de la costa italiana es una ciudad para verla y vivirla, tomando las mismas precauciones que en cualquier otra gran urbe pero sin prejuicios ni suspicacias

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