La última prueba era cruzar el umbral de la caverna tenebrosa, vencer a los demonios del traidor Ganelón y llevar el cetro del rey a la ciudadela. El paladín cruzó el valle de sombras y dispersó las fantasmales siluetas que gravitaban en el aire, seguido del valiente Fierabrás, guerrero sarraceno; con mazo y escudo en mano descendió a los más bajos niveles de la caverna. El miedo se intensificaba: los latidos de su corazón iban a galope. Fierabrás se detuvo y el Paladín, al divisar a Ganelón vio su negra armadura y a un lado el cetro del rey. Tras él los horrendos demonios surgían de entre las peñas.
-El miedo es el arma más poderosa de Ganelon. Úsala en su contra y los demonios lograrás vencer.-Dijo sabiamente Fierabrás, reclinado junto a una peña.
El paladín tocó la cruz de madera que guindaba de su cuello y tomando valor, fue descendiendo más y más mientras los espectros gravitantes se acercaban a él. Venciendo el miedo en cada paso llegó al punto donde estaba Ganelón y en un duelo medieval logró vencerlo mientras la caverna era irradiada por los rayos del glorioso amanecer. El miedo se había ido y las tinieblas desaparecían; el traidor Ganelón fue encadenado a una peña para ser llevado prisionero mientras el Paladín y Fierabrás regresaban victoriosos a la ciudadela, elevando el cetro del rey. Aquel paladín fue condecorado por los sabios y alquimistas como el más valiente de los Doce; como aquel que pudo vencer el miedo adentrándose en él, porque valiente no es aquel que no tiene miedo si no el que logra vencerlo con sus propias armas.
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