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Cuentos para despertar

Las letras siempre han sido parte fundamental de mi vida, así desde el primer momento en que alguien leyó para mi, han sido refugio, libertad, mundos y almas depositadas en mis manos, no pasó mucho tiempo antes de que las reconociera como aliadas también, pues cuando empecé a escribir de forma pública lo hice principalmente para poder hablar de cosas que creo importantes, para poder gritarle a esa estruendosa realidad sin que el ruido que ella generaba llegara a sofocarlas del todo, aquí dejo esos primeros cuentos que lograron salir de mi libreta, ya fuera para concursos, o en alguna red social, y que cada que re-leo siguen diciéndome algo, aquí les dejo mis cuentos para despertar.



El de las manos rayadas


Al Ema lo conocí hace muchísimo tiempo, me acuerdo bien, una vez estábamos por terminar de revisar el tema de “El multiculturalismo” como nueva solución para la humanidad, y ya de paso el maestro había empezado a meter el neoliberalismo como quien no quiere la cosa, cuando una voz que venía de atrás de las butacas resonó penetrando el monologo en el que la clase se había convertido, con un sardónico—¿Multiculturalismo?, ya mejor diga exotización de pueblos originarios y cultura extractivista —

—¿Y qué propone usted? —Respondió el profe, ofuscado, creo que, porque no estaba acostumbrado a que le dieran la contra, menos con términos académicos imposibles de desechar tan injusta y rápidamente. Yo busqué al aludido con la vista, pero no fue hasta la segunda vez que oí su voz cuando logré localizarlo.

—Interculturalismo crítico— dijo, era un muchacho de rostro angular, pelo negro y ensortijado, el cual, como tendría la oportunidad de averiguar más tarde, nunca estaba en orden, su aspecto no tenía mucho de especial, pero sus ojos estaban increíblemente despiertos, te hacían mirarlo, oírlo… Habló de saqueo de tierras, por sagradas que fueran, de la manera en que comercializaban las culturas de las comunidades y de la forma en que disfrazaban el genocidio de progreso. Al principio nadie en la clase supo cómo tomárselo, la mayoría veíamos que al maestro poco a poco se le iba saltando una vena en la frente, en contraste con la calma del compañero, quien luego de un rato comenzó a animarse a acompañar sus explicaciones con ademanes, allí fue cuando noté que sus manos estaban completamente pintadas, en sus dedos había diminutas figuritas, una guanteleta de tinta y palabras recubría su piel, y dicho sea de paso, eran manos hermosas, largas y fuertes, manos de artista, puede ser que fueran esas las que realmente me convencieran de buscarlo al acabar la clase.

Estaba segura de que no había estado entre nosotros antes, yo quería hablarle de cualquier cosa con tal de seguirlo escuchando pensar en voz alta, no me acuerdo de qué platicamos la primera vez, todo lo que puedo decir con franqueza es que no fue para nada de algo intelectual. Me enteré de que, en efecto, había entrado de oyente a la sección de humanidades, pues estaba en el departamento de artes de la universidad, en donde no le iba muy bien, tenía un promedio que reptaba por los suelos, a mí aquello me pareció absurdo, era una de las únicas personas a las que se le notaba el disfrute de aprender, fue imposible, al menos para mí, no encariñarme de su sonrisa fácil y su ironía, era de los únicos que se animaban a pensar, a lo mejor por eso le iba mal en la escuela ….

Total, me le hice amiga y le conocí los hábitos, leía muchísimo y no dormía, la carencia de sueño le pintaba medias lunas negras bajo los ojos, pero ya eran tan parte suya que a nadie le importaba, parecía que hiciera un descubrimiento distinto cada día de la semana, me acuerdo de que una vez arrancó sádicamente de mi libro de texto unas páginas que hablaban de economía, convirtiéndolas en barquitos de papel —Para que sirvan de algo, vamos a soñar con ellas—me invitó, nos colamos a la única fuente que había en las áreas verdes y los echamos a navegar —Imagínate que van a un mundo bonito, diferente— dijo.

Entonces nos pusimos a hablar de un lugar sin ricos ni pobres, de una escuela en la que decir “Maestro enseña y alumno aprende”, era solo la mitad de la historia, y la oración se podía voltear sin condenar a nadie, un lugar en donde los desaparecidos se habían ido de vacaciones y habían regresado con un montón de fotos y recuerditos para sus familias…

Un día, mi amigo, el Ema, el de manos rayadas, al que los maestros se la Vivian señalando de “Carcelero” no volvió a la escuela, lo habían expulsado porque “Sus notas no eran de alguien prometedor” dijeron, Así fue como privaron de estudiar al primero que me había presentado un mundo diferente, un mundo posible, por desgracia la escuela estaba más interesada en forjar hombres de negocios que en reconocer seres humanos.


La loca de las plantas


La mayoría de los estudiantes de la facultad de letras nos conocíamos entre nosotros, había varios excéntricos, tengo que reconocerlo, pero el premio se lo llevaba una chica de la que nadie sabía casi nada, su nombre era Emily, no platicaba nunca, solo para leer su trabajo, hacía los poemas más hermosos que hubiera tenido la suerte de escuchar, siempre usaba un antiguo prendedor en forma de gorrión, y nunca llegó temprano a clase. Otro de los únicos momentos en que se le oía hablar era cuando vagaba por los jardines, herraba sin rumbo por el sendero de sombra que dibujaban los árboles, y allí reía, lanzaba exclamaciones y hasta llegó a llorar. Mis compañeros tenían todo tipo de teorías, las lógicas remitían al uso de drogas, o distintas condiciones mentales, el resto eran fantasías precocidas de escritores desempleados, que por cierto eran muchos.

Una tarde, yo observaba la cotidianidad escurrirse desde mi banca en las áreas verdes, peinando con los dedos mi largo cabello, cuando el Pepe, uno de esos que de humanos tenía solo la figura, se plantó a darle de patadas a un pobre árbol escuálido comparado con los grandes eucaliptos, mientras se carcajeaba como torpe, algún otro de su poco privilegiada condición le hacía segundas, riéndole la gracia, noté que no se detenían, me planteé ir yo misma a pararlos de una buena vez cuando de milagro ocurrió algo, Emily, la chica más reservada del mundo, avanzaba con una determinación más absoluta que el fuego, sin titubear, sin dudarlo un segundo se plantó frente al árbol y lo cubrió con su cuerpo , Pepe frenó con esfuerzo la siguiente patada de manera tan repentina que casi cae al suelo.

–¡Hija de la …! ¡Quítate ya!! – rabió el troglodita poniendo una cara todavía menos favorecedora.

–No– respondió ella con su voz de terciopelo

–¿Y si te golpeo a ti entonces sí? –

–Inténtalo, a ver qué pasa – le retó ella

–¡Por dios!, si serás tonta, ¡Perder un diente por un mísero árbol! –

–No es mísero, ¡Es mi amigo! –gritó ella por lo que parecía la primera vez en su vida

–¡Es mi amigo! – imitó el en un falsete escandaloso, las personas del campus estaban desviando poco a poco la vista, justo como él quería –¡¿Qué fetiche tienes con las plantas, he?! –

–¡Idiotas como tu solo pueden pensar en fetiches!, ¡y encima creer que cualquier cosa que no los englobe no vale la pena!, ¡Ojalá te hablaran las plantas como a mí!, ¡Ojalá pudieras oír como gritan! –exclamó ella, víctima de un coraje que dudo mucho que hubiese experimentado antes, pues tras averse dado cuenta de lo que acababa de decir se tapó la boca, con el rostro enrojecido como la sangre.

–Tú estás loca de atar – Se rio el –¡¿Oyeron todos?!, ¡La loca habla con las plantas!, esa es la mentira más aburrida que haya oído, ¿Qué cosas podría decirte una planta?, por favor…no hay cosa más aburrida–

Pocas risas hubo, la mayoría solo voltearon las cabezas con un pesar que les obligaba la mirada al suelo. El tipo se fue, Ella lo había logrado, habían dejado en paz al árbol, pero… ¿A qué costo?, la verdad es que yo no quería quedarme con la versión de el Pepe, aunque mi compañera pareciera delirar, y aunque yo misma hubiera considerado la posibilidad antes, cuando el lo dijo en voz alta me sonó de lo más ilógico, hay que ver que la constante era que estuviera equivocado, cuando hablaba de género, política, y prácticamente de cualquier cosa, ¿Por qué iba a ser diferente con Emily?, así que aunque pareciera un disparate pensé que, quizá esta vez, era más importante tomar las cosas de quien venían que tratar de entender el mundo desde sus propias reglas. Cuando la audiencia se había disipado me le acerqué, ella seguía sonrojada, con los brazos cruzados.

–¿Estas bien?, No logró hacerte daño físico, ¿Verdad? – quise saber, ella negó –¿Y lo de las plantas…? – comencé, Emily me dedicó un par de ojos aterrorizados.

–Si vienes a burlarte de mí…–

–¡No!, no… yo nunca…, Pepe es un asno, pero tú no, y yo nunca he hablado con ninguna plata… – Expliqué, tragándome la bola agria de mi propi escepticismo –¿Cómo es eso?, ¿Qué te dicen? –

Ella suspiró, pero afortunadamente confió en mí, me contó sobre la cantidad de años que viven algunos árboles, y lo mucho que habían visto, me contó que todos están conectados por raíces subterráneas y se conocen entre ellos, y uno se transmite al otro el dolor o el placer, o que barios se ayudan a mantenerse en tiempos de escasez, me contó que había plantas que estaban orgullosas de curar, y otras que albergaban un montón de seres en todo su ser, que algunos de los árboles tenían horas de dormir y una infinidad de plantas reaccionaban a la música…Un escalofrió recorrió mi piel a medida que la escuchaba , porque de un modo u otro, supe que ella siempre había tenido razón, nunca había estado hablando sola, simplemente escuchaba a alguien que ninguno de nosotros había escuchado, o si quiera considerado mínimamente consciente, donde nosotros veíamos un “recurso natural”, un elemento decorativo en el paisaje, ella veía seres vivos, y había aprendido a comunicarse con ellos, sus poemas no eran solamente suyos, eran los de todas las plantas que le habían murmurado su forma de habitar en el mundo.


Las palabras más grandes


Había una vez una niña a la que decidieron regalarle muchas palabras e historias desde que nació, Amarie se llamaba. Desde la cuna le leyeron cuentos, poemas y le contaron leyendas, porque sus padres sabían que para que los niños y niñas crecieran necesitaban más que comida, si uno no les leía, o les platicaba historias, entonces sus ojos no se formaban bien, y no se referían a los ojos con los que los niños veían el mundo, si no con los que los entendían.

Como cabría esperar, Amarie aprendió a hablar rápidamente, al principio cuando era bebé decía cosas simples, como pez, yo, tu, y luz, luego comenzaron a convertirse en palabras más complicadas, papel, amigos, música, guitarra... ella seguía creciendo y leyendo más y más por su cuenta, de modo que estas le quedaron chicas pronto, así que se decidió a buscar las palabras más grandes que existieran.

Encontró “Eritropoyetina”, “Electroencefalograma”, “Esternocleidomastoideo”, “Paralelepípedo”, y otras por el estilo, ante estas toda la gente que se decía importante aplaudía, en algunas ocasiones incluso lo hacían los gobernantes y empresarios, pero Amarie no se dejó engañar, no podían ser esas las palabras más grandes que existían, se dijo, así que continuó buscando y buscando hasta que un buen día simplemente supo que había dado con ellas al leerlas, porque ningunas se le habían prendido al pecho así antes, ella habló de paz, de amor, de diversidad y resistencia, habló de revolución, y cuando dijo estas palabras, la gente importante ya no aplaudió, en realidad, los políticos y empresarios se pusieron algo pálidos… pero todos los demás las escucharon, y fueron muchos los que con ellas hicieron cosas poderosas.


El pueblo de la Luna


Muchas y muy hermosas son las historias de antaño, las hay por montones, como las de las Anjanas, allá en las tierras de Iguña, o las de los chaneques, guardianes de los lagos y lagunas en México, sin embargo hay un cuento que no se ha contado todavía, uno que se susurran los árboles y los ríos , el cuento del pueblo de la luna.

Por todo el mundo había un pueblo que se parecía a la gente, pero no era de gente, porque la luna lo había engendrado, y era amado suyo, Largos eran los cabellos de sus hijos, y grandes sus ojos para mirar más allá de ellos, y la cabeza la tenían coronada por cuernos como de carnero, era buena cabeza para entender muchas cosas, porque las habían aprendido de la luna. Vivían en paz, bailaban para ella y cosechaban la tierra, siempre cantaban cuando el sol iba a salir, antes de dormirse, eran felices, hasta que un día los hombres les hicieron la guerra, los cazaban, extinguían los cantos de cualquier criatura, incluso los de sus sangre propia, arrasaban los bosques y los mares, hasta se olvidaron de la lengua del corazón y la intentaron acallar con un razonamiento frío que rechazaba toda forma de entender la vida si no era como la de ellos.

Muy apenado, el pueblo de la luna decidió pedirle consejo a su madre, ¿En dónde podrían vivir, si no era en los santuarios de la naturaleza?, ¿Si no era en las canciónes y las historias?, ella coincidió, los tomó a todos en sus brazos, y los arrojó a los sueños, desde entonces, allí es donde habitan, y, a veces, si un humano está dispuesto a escuchar, murmuran sus melodías, para que cuando menos dormidos sepamos lo que ellos sabían, lo que la luna les decía.


El auténtico precio de las cosas


Aquel fin de semana yo había salido, como tantos otros, a la llamada “plaza magenta” cerca de mi hogar, aunque nadie lo admitía en voz alta era por excelencia el entretenimiento de la clase media, se alzaba como un titán entre las calles, tenía algunas tiendas departamentales famosas, además de decenas de pequeños negocios, me gustaban especialmente la chocolatería y las tienditas de chácharas, todo convivía bajo el mismo techo, de modo que el tamaño no era para menos. Me encontraba caminando cuando reparé en un establecimiento que no había notado antes, me extrañó, pues era muy vistoso, sus paredes eran rosa pastel, y había flores en cada ventana, un letrero lo bautizaba como “Felices para siempre”, el lugar parecía agradable así que no dudé en entrar. Recorrí sus estanterías observando artículos varios, era mucho más grande por dentro de lo que aparentaba por fuera, daba la impresión de que vendían cualquier cosa que pudiera ocurrírsele a alguien, me encontraba inspeccionando unas sales de baño cuando de la nada escuché un entusiasta —¡Hola, buenas tardes! —. A mi espalda.

Me giré en redondo, sobresaltada, a mi lado apareció un caballero joven, radiante, o, al menos, tanto como cualquier revista de comidilla social habría deseado, era rubio, de físico bien acondicionado y con todos los dientes derechos en aquella sonrisa ensayada. —Bu-buenas tardes…—. Tartamudeé recuperándome todavía de la sorpresa.

—¿Es la primera vez que nos visita?

—Yo, am… sí, ¿Es nuevo el local?

—Para nada, en realidad llevamos un tiempo récord—. Anunció ensanchando aquella sonrisa —En cualquier caso, ¡Bienvenida a felices para siempre!, un lugar en donde proveemos todos los artículos necesarios para la felicidad, y no solo eso si no que contamos un plus, algunas empresas simplifican el verdadero precio de las cosas, y los clientes terminan adquiriendo productos sin conocerlo a ciencia cierta, a nosotros no nos parece justo, de modo que durante toda la visita me tendrá a mi para aclarar las dudas al respecto.

¿Dudas?, me pregunté confundida, el hombre sacó del bolsillo de su saco una pequeña calculadora y un lápiz, los apoyó sobre los brazos. —¿A qué se refiere?, ¿Me incluirán el IVA y esa clase de cosas? —. Respondí .

—Sí, algo así—. Rio él

Un poco incómoda, comencé nuevamente mi recorrido por los anaqueles, con aquel extraño empleado pegado a mis talones, al parecer entre los pasillos surtidos de cosas para alcanzar la felicidad se encontraba el de “Belleza”, entré en él para sumergirme en un universo de purpurina y colores distintos, así como diversas prendas que colgaban de los exhibidores, me detuve ante un maniquí que lucía un vestido rojo de satín, era de un gusto exquisito y tenía la horma que estaba arrasando esta temporada, un ligero escote, y unos tirantes que dejaban ver los hombros, tomé su delicada falda entre los dedos, genuinamente interesada, y me decidí a, por fin, darle algún que hacer al hombre que me servía de compañero. —¿Este qué precio tiene?

—¡A!, excelente gusto Madame, ese modelo está a la última moda, en efecto, ¡y es la talla exacta de las revistas!, el vestido en sí, es totalmente accesible, la cuestión es que cada vez que usted lo compra, se lleva por añadido el ideal de belleza que lo acompaña, le costará perder aproximadamente cuatro kilos, lo que, según entiendo, a su vez le traería problemas de salud a una mujer de su estatura, es una alta probabilidad que termine formando parte de los más de veinte mil casos de anorexia, ¡Pero hey!, será la sensación del momento. Además, se añade a este costo un porcentaje generoso de aguas residuales en el planeta, pues ésta y otras compañías de moda son responsables de … digamos... ¿el veinte por ciento de ellas?.

Me puse pálida, lo miré congelada con ojos como platos, el chico no había mencionado un centavo, y aun así, parecía que me hubiera topado con el vestido más caro del mundo. —¿Y eso es todo? —. Respondí con una ironía amarga, sin embargo, él no pareció captar la indirecta, entusiasmado, se preparó para anotar de nuevo —En realidad faltan algunas cosas que tomar en cuenta—. Admitió.

—¡Basta!, ¡Basta!, ¡Quiero cambiar de pasillo! —. Repliqué horrorizada.

Con un buen humor inalterable, el joven soltó una carcajada y me tranquilizó diciendo. —O, parece abrumador cuando a las personas se nos revela el auténtico precio de las cosas, pero cuando se paga por plazos, día a día, no parecen tan caras, ¿No es así?

—Quiero cambiar de pasillo—. Insistí, mi radiante acompañante me llevó al siguiente, fresco como lechuga. Este decía “Intelectualidad”, había muchísimas cosas en este sector, cuadros, libros por montón, instrumentos musicales, seguramente la intelectualidad que vendían sería mucho más inofensiva que la belleza, de modo que, más confiada , recorrí la estantería hasta dar con un libro que me convenciera, tenía una portada bellísima, color borgoña, sobre la tapa se leía “La razón académica por sobre todas las cosas, éxito intelectual”.

—¿Y esto? —. Pregunté

—Ese libro es excelente, ¡Yo mismo lo tengo en mi librero!, y le costará tan solo un puñado de universos protegidos por la transmisión oral ancestral, el punto de vista de un sinfín de personas diversas, así como unos cuantos epistemicidios, lo que quiere decir que se eliminan del todo unas cuantas formas de crear conocimiento, que, la mayoría de las veces, difieren de los métodos de Europa central, es un precio justo por la capacidad de avalar qué conocimiento es realmente importante, ¿No lo cree usted?

—¡Pues no!

—¡A ya veo!, es usted un hueso duro de roer, pero no se preocupe, puedo llevarla al pez gordo directamente, sígame por favor —. Indicó, su extraña manía por estar siempre contento, incluso ante tales injusticias me ponía tan nerviosa que no me quedó remedio que seguirle la corriente, mientras pensaba en una forma de zafarme de todo esto nos topamos con un pasillo excepcional, cubierto con alfombras de seda de caché, el hombre me condujo a un pequeño escritorio de madera fina en el que se encontraba una tarjeta de plástico con el nombre de la tienda “Felices para siempre”, me tomó unos instantes darme cuenta de lo que se trataba todo aquello.

—¿Es una tarjeta de crédito? —. Pregunté arrugando la nariz.

—¡Es mucho más que una tarjeta de crédito!, eso se lo aseguro, esta es una aliada financiera para que usted siempre tenga acceso a los artículos necesarios para la felicidad, todo mediante ser parte de nuestro cómodo sistema económico. Claro, tiene un costo interesante, pero a cambio de un beneficio magnífico.

Antes que pudiera detenerlo, el hombre se lanzó a recitar como un loco el precio de ese producto frente a mi cara. — Le costará tan solo un promedio de ciento noventa y cuatro millones de personas sufrientes de hambre, incluyendo algunos muertos dentro de las cifras, claro está. Se añadiría un número de ciento ochenta y ocho millones de desempleados en el mundo, además de trescientos cincuenta millones de desplazados e indocumentados, junto a otros seres humanos inexistentes ante las leyes y los estados, aunque claro, como ya se habrá de imaginar, estos números son muy inexactos debido al mismo problema… Además…

—¿Sabe qué?, solo he venido de pasada, ¡Me urge salir de aquí para…! He… ver al doctor, pero regreso. Mentí con desesperación, aferrando mi bolso a mi cintura, necesitaba dejar ese sitio ya mismo.

—Es una lástima que tenga que irse—. Suspiró aquel demente—. Recuerde que “Felices para siempre” estará disponible para usted, en donde encontrará todos los artículos para la felicidad, ¡A nada más ni menos que el auténtico precio de las cosas!, ya volverá, siempre lo hacen.

Asentí frenéticamente y salí corriendo de esa maldita tienda, gritando para mis adentros, ¿Cómo demonios pudiera la felicidad compaginar siquiera con realidades como esas? , ¿Se daban cuenta las demás personas que caminaban tranquilamente por la plaza?


#Nota importante: las estadísticas utilizadas en la historia eran reales el año que la escribí, e iban en aumento, por desgracia.




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