Un día por la mañana ella se levantó ansiosa, corría fuego en su interior. No sabia lo que le pasaba hasta que al final entendió el porqué de su fuego.
Encendió el ordenador, algo había pasado por su mente para actuar así.
Revisando el Facebook encontró una publicación de alguien muy especial para ella y le escribió. Pasaron a privado. Había leído algún que otro relato que él le mostró. Relatos dónde la perversión corría por si sola. Prácticas sexuales fuera de lo común y se sintió identificada, algo que nadie comprendería, sólo ellos.
La chica, ni corta ni perezosa le mandó una fotografía de sus grandes pechos y le dijo; —Quiero que hagas lo que quieras conmigo, quiero sentir todo lo que he sentido en tus letras, quiero gritar de placer como haces gritar a ellas.
Él no estaba seguro de la capacidad mental de ella ni de cómo gestionaría el dolor para transformarlo en placer. Pero accedió y le preguntó —¿Estás segura de lo que me estás pidiendo? Si aceptas, haré lo que esté a mi merced y te enseñaré un nuevo mundo que pocas personas aguantan mentalmente.
Ella sin ningún temor aceptó.
Hablaron de las condiciones, de cómo se debían pactar los acuerdos para la seguridad de ambos, todo quedó claro.
A pocas horas del encuentro, hablaron por teléfono y le indicó de cómo debía ir vestida, que debía llevar ropa interior negra de encaje como a él le gusta, es un fetichista de la ropa interior.
Al día siguiente fue a por ella a la estación de tren, bajó del vagón, le dio un beso en la frente y le indicó que subiera al coche. Él sacó un pañuelo negro de la guantera del coche y le ordenó que se tapara los ojos. De camino a casa ella se ponía cada vez más nerviosa, tenía uno de los sentidos anulado, no podía ver sólo escuchar.
Llegando a casa entró con el coche en el garaje, un ruido en seco del freno de mano la asustó.
—Tranquila, estás en muy buenas manos —Dijo él
Dirigiéndose hacia la puerta del copiloto, le agarró de la mano suavemente para que se pudiera poner de pie, la giró agarrándola de las caderas y le quitó el pañuelo que previamente le había indicado que se pusiera.
La acompañó al baño para que se pudiera poner cómoda, él quería ver la ropa interior que llevaba ya que era su favorita
—Cámbiate, ponte de rodillas con las manos apoyadas en tus muslos y espérame —dijo él indicando como quería que ella le esperara.
Al cabo de dos minutos él entra con una caja llena de cosas y saca un collar y una cadena fina.
—Esto es para ti —Dirigiéndose a ella —en este instante eres mía —Continuó
le puso sólo el collar, ella no gozó a soltar palabra, sólo asentó la cabeza y se quedó con ella gacha.
—¿Me tienes miedo? —Le preguntó.
—No, no le tengo miedo Sr — contestó con la voz temblorosa y suspirando. Se notaba que estaba un poco temerosa.
—Tumbate en la cama hácia arriba, abre las piernas y apoya los brazos al cabecero de la cama.
Él se puso al lado de ella, llevaba en la mano unas esposas para sus manos y piés, la ató como le había indicado. Indefensa, anulada, a merced de él, Sacó de su bolsillo el antifaz que previamente habían utilizado en el coche, se lo puso para que no pudiera ver lo que venía a continuacion. En el rincón de la habitación hay una silla, se sienta ahí sigilosamente para que ella no note la presencia de él y se queda observando, observando como ella iba girando la cabeza, intentando mover su cuerpo y escuchando la respiración cada vez más desesperada que salía de ella, acompañado de gemidos.
Al cabo de unos minutos que para ella es como si pasaran horas, nota un cosquilleo que empieza suavemente desde el tobillo subiendo hacia arriba hasta que llegó a su sexo. Gemidos involuntarios empiezan a salir,.
Él se quitó la camiseta descubiriendo asi su cuerpo, lleno de cicatrices y un tatuaje por todo su brazo, en ese tatuaje se refleja la vida de tormentos que él pasaba.
—Te voy a quitar la venda de los ojos, quiero que me veas —Dijo en un tono frio y seco.
Y asi lo hizo, los ojos de la chica cambiaron de expresión, en ella se podía notar entre miedo y excitación.
—Estos tatuajes reflejan dolor, sólo me calma el dolor las mujeres como tú— Dijo él —Me gusta ver vuestra reacción cuando os veis atadas —Continuó.
Se puso encima de ella, con las piernas rodeando sus caderas y le soltó una mano, ella automáticamente con su mano empezo a acariciar el cuerpo de él rodeando todas y cada una de las cicatrices empezando desde el ombligo, rodeando todas y cada una de ellas mientras él la miraba fijamente sin pestañear...
De repente él se quito de encima de ella y le volvió a atar la mano que previamente le habia soltado.
Sacó de la caja un encendedor y una vela fina, de color rojo y la encendió.
—Ahora no te muevas, quedate quieta.
Él deja caer sobre ella la cera derretida que caía de debajo de la llama terminando en el cuerpo desnudo de ella cubriendo asi sus enormes y suculentos pechos dejando que se vaya enfriando la cera sobre su piel.
Entre gemidos y dolor, ella entra en una esfera de placer, de éxtasis sin control. Jamás había vivido esta experiéncia, jamás la habían dominado, poseído, como lo estaba haciéndo él.
Cuando terminó dejandola llena de cera, él se levanto y se quitó los pantalones dejando a la vista su pene erecto lleno de venas.
—Ahora te voy a follar como te mereces, como se merecen las putas como tú.
llegando el primer enviste, ella grita, grita de dolor trasformando al final en gemidos incontrolados de placer extasiado. El movimiento de cadera de él cada vez más fuerte y salvaje haciéndo que su pene entre y salga sin control.
Se podía apreciar como los pechos grandes de ella rebotaban y se movian en circulos.
El con sus manos mientras la seguia penetrando cogíó sus pezones y iba pellizcandolos y tirando de ellos para que ella siguira gritando y disfrutando. Cuando él vió que ella soltava el último gemido se aparto.
—Girate, pon las manos tras tu espalda, te voy a atar las muñecas.
Ahora de espaldas, él la siguíó penetrando salvajemente mientras que con las palmas de sus manos iba propinandole golpes en su hermoso y redondo culo hasta dejarlo enrrojecido. Se acercó bajando su cuerpo terminando sus labios al lado de la oreja de ella y le susurró
—Me ponen mucho las chicas como tú, os dejáis hacer todo cuanto me place, eres auténtico gozo para mí
ella parecía estar agotada, pero él aún no había terminado. Cuando él está poseyendo a sus juguetes, no reacciona, pierde el control, sus demonios que le aterran se apropian de su alma y se convierte en un ser sin piedad.
Cuando termina de penetrarla dejándole el culo como cual tomate se aparta de ella bruscamente zarandeandola.
Él se marcha unos minutos de la habitación dejandola sola, atada.
En los ojos de ella se nota el cansancio, el agotamiento que cae sobre ella por la sesión tan dura de sexo descontrolado que ella había aceptado firmar, por su frente caen gotas de sudor, los ojos brillosos y el rimel cayendo por sus mejillas, se toma un breve descanso. Al cabo de unos minutos vuelve a entrar a la habitación, lleva unas cintas largas, con ellas ata un extemo de cada una de las cintas a la puerta, y a ella le envuelve los bazos y piernas quedando ella suspendida en el aire como si estuviera sentada. Empiezan otra vez las acometidas, envistes con su pene haciendo que ella vuelva a activarse y gozar, pero estaba casi desbanecida, no podia aguantar más las exigencias de él.
Él mientras la penetraba iba mordiendo el cuello de ella gimiedo como cual bestia, tambien pasandole la lengua por todo su rostro dejandola llena de saliva como si de una puerca se tratara. Él estaba fuera de si, ya no veía lo que estaba haciendo, estaba loco, loco por ella. Se notaba la conexión mental y fisica que había entre ambos porque parecía que no habia fin, él era insaciable, pero ella, ella se dió cuenta de lo viciosa que era cuando la poseen y la dominan. No había gozado tanto en su vida. Cuando él estaba apunto de correrse, se aparto y la desató rápìdamente, estaba listo para embadurnar de esperma su cara de inocente.
—Agachate, voy a darte tu premio —Le ordenó
al final, él soltó tal cantidad de esperma que le caía por toda la cara, derramándose hácia sus enormes pechos.
—Vete a asear, quitate estas pintas de guarra, cuando estés, ven qui, te voy a regalar lo que le doy a todas las que aceptan ser dominadas.
Salió del baño, ya aseada y vestida, él sacó un collar del bolsillo de su pantalon; un collar que simboliza el todo, un trisquel, el collar que llevan todas las que se convierten en sus sumisas.
—Me ha encantado hacer de ti auténticas perversidades, vistete, te acompañaré al tren.
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