El día despierta encapotado, con ganas de llover. Yo con los ojos recién abiertos sin ganas de salir a la calle. Hoy nos espera un día aburrido a menos que se me ocurra algo.
Mi pequeña aún duerme plácidamente, es tan bonita... con su pelo a media melena, alborotado, labios gruesos y carnosos, me encanta observarla mientras duerme.
Me dispongo a tomar mi café y leer el correo. En la mesa de escritorio guardo infinidad de fotos de nuestros recuerdos; viajes, reuniones familiares y también guardo las cartas que nos escribíamos antes de estar juntos.
Todo empezó como un juego, en una red social. Estaba pasando una mala época en mi vida donde estaba muy hundido y chateaba para matar las horas.
Los primeros meses en los que chateábamos, fueron para conocernos en profundidad. Hablábamos de todo, no nos guardábamos absolutamente nada.
Ella en esa época estaba casada, pero cansada de la monotonía. Estuvo veinte años con su entonces marido, y su salvación eran esos momentos en que estaba sola y podíamos chatear. Todos estos años que estuvieron juntos no tuvieron hijos, él estaba más a los negocios que en mantener la relación.
Esas cartas que nos mandábamos, eran confesiones, intenciones y confidencias.
Cada carta era única y especial. Aún habiendo pasado el tiempo, las cartas conservan el olor de su perfume favorito. Hay una que es muy especial para mí, por lo que decían sus letras y, porque contenía una prenda de ropa interior que le pedí. Si, lo reconozco, soy fetichista de la ropa interior.
Al principio no fue fácil conquistarla y llegar a su corazón, tuve que trabajármelo mucho, ya que ella era la primera vez que estaría con otro hombre que no fuera su marido, pero al final, ¡lo logre!.
Fueron muchos meses viéndonos a escondidas, un fin de semana al mes y los demás días nos conformábamos con mensajes de texto a escondidas como niños de quince años. Aprovechábamos cada segundo de nuestro tiempo juntos y no salíamos de la cama haciendo el amor como locos.
Voy a darle los buenos días, la despertaré de la forma que más nos gusta.
Sigilosamente voy caminando hacia la habitación, no quiero que se despierte hasta que note mi cuerpo.
Me siento despacio en mi lado de la cama y me tumbo. Empiezo a besarla y, ahora si se ha despertado. Solo lleva un camisón de color rojo, transparente.
Sus labios se juntan con los míos como imanes. Voy acariciando sus hombros suavemente como si de una figura de lladró se tratara. Poco a poco le voy bajando los tirantes del camisón dejando entrever sus hermosos pechos. Con el tacto de mis manos sus pezones van poniéndose duros y un escalofrío la hace temblar.
Con la fuerza de mi cuerpo hago que ella se tumbe en la cama, voy a ser yo el capitán del barco.
Voy bajando suavemente rozándola con mis labios, empiezo con unos besos delicados, nuestros labios apenas se tocan, solo nuestro aliento. Un mordisco suave en su cuello hace que reaccione levantando la cabeza y moviéndola hacia atrás, pero no me detengo ahí. Delicadamente mis besos pasan por su delicado lienzo. Pongo mis manos en sus caderas y empiezo a besar su vientre mojándolo con mi lengua.
Me detengo unos minutos apoyando mi cabeza en su vientre, eso me reconforta.
Ella directamente con su mano me acaricia la cabeza. No hay prisa. Tenemos toda la mañana.
Vuelvo a subir lentamente por su cuerpo, besando con mis labios el suyo nuevamente hasta tener nuestros rostros frente a frente. Con un movimiento de pelvis, le introduzco el miembro lentamente. Los dos empezamos a gemir. Con el vaivén de mis caderas moviéndose despacio, los gemidos cada vez son más profundos.
Ella abrazándome, pasando sus manos por mi espalda me araña, eso me gusta. Me duele, pero a su vez me pone más caliente. Un quejido sale de mí y en un despiste me rodea con sus piernas y me voltea, ahora es quien manda.
Empieza a cabalgar encima de mí poniendo sus manos en mi pecho y sus caderas moviéndose hacia delante y hacia atrás sin parar. Cada vez el éxtasis está más cerca. Cuando dos personas están en sintonía, y llegan al orgasmo, es una gozada.
Sus gemidos iban en aumento junto con los míos. Fuerte, fuerte, cada vez se movía más rápido hasta que pudo tomar su última bocanada de aire y un sonido agudo sale su interior, como si se hubiera quedado sin respiración. Los dos llegamos al cenit, quedando derrotados en la cama.
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