Ellos han decidido menospreciar sus vidas hasta la muerte, confiando únicamente en
su Salvador. Ellos tienen el corazón ensanchado de amor puro, mientras agitan los cimientos de la decadente civilización occidental. Explosivos en palabras dotadas de poder, estos agentes pacíficos han conquistado imperios con el dulce sable del Evangelio. Sin temor a torturas, han sido vistos en anfiteatros, ejecuciones públicas, ágoras, plazas y cárceles. Entre el susurrar de oraciones que se extienden a la presencia del Altísimo, los mártires ganan el Cielo mientras sufren en la tierra. Porque no pocos emperadores maniáticos, les hacen guerra. Ni el psicópata Nerón, ni el diabólico Calígula los pudieron detener. Que si el pobre Policarpo tuvo que ser quemado por negarse a decir káiser Kyrios, pues su Señor y Rey se llama Jesucristo. Y llevaron el Mensaje, impregnado de libertad espiritual. Llevados por el emblema antiguo de Esteban, aquel que fue apedreado. Dijo Tertuliano que “la sangre de mártires es semilla de nuevos cristianos”. Si las iglesias de hoy en día entendieran eso, si aquellos que se hacen llamar cristianos comprendieran bien esto, no reducirían su fe a ritos y dogmas como si de algo mecánico se tratara.
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