Queridas palomitas mías
- George Bailón
- 10 jun 2021
- 1 Min. de lectura

Me senté en el mismo banco de la avenida, como venía haciendo desde que ya nadie me prestara un mínimo de atención. Saqué una bolsa en la que llevaba alpiste y esparcí unos granos en el suelo para que, mis amigas las palomas, entre gorjeos, se acercaran. No hay nada más grato para un anciano que su compañía. Cuando vi que se terminaban lo que les había echado, procedí con otro puñado más. «Pitas, pitas, pitas». Aunque no siempre fueran las mismas las que bajaban a por comida, ya nos habíamos convertido en una gran familia y, de hecho, les tenía más aprecio que a muchas personas que me trataban como a un trasto cuando les estorba. Por eso, mientras estaba allí sentado, también necesitaba cerrar los ojos e imaginar ser una paloma para liberarme por unos instantes de la cautividad a la que, mi decrépito cuerpo, me sometía.
«Pitas, pitas, pitas. No tengáis miedo de esta mano,
pues hasta que pueda, os dará de comer.
Sombrío quedará este banco sin todas vosotras,
queridas y bellas palomitas mías».
Solo las tenía a ellas; lo suficiente para reconfortarme y renovar mis fuerzas. Cada noche rezaba al señor por habérmelas enviado y conseguía conciliar el sueño como otras veces no había sido capaz. Y no necesitaba más. Ese era mi remedio para la felicidad durante el tiempo que me restaba de vida.
Comments