Provocación (2)
- José Rodríguez Infante

- 29 oct
- 3 Min. de lectura

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Al día siguiente volvió a la obra, a la canción del verano, al martilleo de la hormigonera y a mirar el reloj que en esa mañana estaba más perezoso que nunca. Durante toda la tarde anterior y toda la noche no había pensado en otra cosa, “¡qué fuente tan luminosa!, ¡qué expresión!, ¿cómo olvidar el mar de su mirada?”. Sus compañeros le notaban algo raro y bromeaban con él: licenciado ¿qué es más duro, la portada de los libros o el hormigón armado?, que os gusta un cachondeo ⸺respondía, pero no reaccionó hasta llegado el momento de volver a la arpillera, a la pequeña grieta que le permitía entrar en su mundo de ensueño. Entonces fue cuando se dio cuenta de que Jeannette no estaba. Pensó en algún imprevisto, al fin y al cabo, si era turista podía estar en cualquier otro sitio, “¿cuántos días llevo observándola?”, no lo sabía con seguridad, pero no quería perder la esperanza; decidió darse otra oportunidad y esperó con bastante tranquilidad a que transcurriesen veinticuatro horas. Y volvió a repetirse la misma situación. Ya no sabía que pensar, así que a la salida de la obra, cuando el casco de seguridad quedó colgado hasta la próxima, se despidió de sus compañeros y se fue a hablar con los camareros que solían atender aquellas mesas, la verdad es que no sabemos nada, sabemos de quien nos habla, pero puede que se haya marchado ¿por qué no le pregunta al dueño del negocio? Joselu se lo pensó, agradeció la ayuda pero se marchó para su casa.
Pasó una noche de hadas vestidas de blanco y danzando con los pies descalzos, así que en cuanto pudo preguntó por el hombre con acento cubano y le pidió por favor que le informase por el destino de aquellos que tan fieles eran a ese sitio y a esa hora, partieron, mi niño, se fueron a su país. El muchacho se mordió los labios, se despidió y apretó el paso; nada más llegar a su casa se puso delante del ordenador y comenzó a utilizar los pocos recursos con los que contaba: un par de nombres en francés, de los que el hombre de Cuba no estaba seguro y una universidad que pudiera ser su lugar de procedencia. Se pasó toda la tarde y parte de la noche dando vueltas por interné, tratando de encontrar unos ojos de tanta profundidad que tan solo de un golpe de vista estuviese seguro que eran los de la muchacha, pero todo fue baldío.
En cuanto pudo, preguntó por algunos hostales de la cercanía, pero tenía tan pocos datos que en ningún sitio le ayudaban, “¿a quién le puede interesar la suerte de una muchacha que se dedica a caminar descalza por los chinos del suelo?, ¿cómo explicar la transformación en mi organismo tras aquel cruce de miradas?, ¿no será mejor dejarlo todo como estaba y guardar ese momento dulce para cuando lleguen otros amargos?, al fin y al cabo no nos hemos dicho ni media palabra, aunque ¿es necesario?, ¿y si no fuera francesa, si el cubano estuviese equivocado?, volveré a hablar con él, a pedirle más datos, las facturas, las tarjetas de crédito…tiene que haber alguna señal”.
Y otro día más, otra tarde-noche pegado a la pantalla del ordenador sin dar con pista alguna ni en Google, ni en Facebook, ni en T
witer, ni en la madre que parió a las redes sociales que cuando más las necesita uno más difícil nos lo ponen ⸺decía Joselu en su desesperación. Volvió cada tarde al mismo banco, escudriñó en su mente, trató de formarse una película, con la posibilidad de parar en el momento adecuado. Rebobinaba, avanzaba rápido, retrocedía… hasta que en uno de esos repasos mentales notó que faltaba algún elemento en el escenario principal. Se levantó, giró sobre sí mismo y se fue a otro rincón de la plaza:
—¡¡El pintor!! ⸺gritó en su locura⸺, ¿cómo no me he dado cuenta antes?, ¡qué torpe he sido! ¡posaba para él!
Los camareros y su jefe volvieron a ser el centro de las indagaciones, pero en esta ocasión no preguntaba por ella, enfocó su objetivo en aquel hombre vestido de blanco y con sombrero de paja, “¿quién es?, seguro que lo conocen”. Ni los empleados, ni el dueño del negocio estaban por la labor de ayudar a un jovenzuelo que apenas conocían. El hombre con acento cubano, procuraba estar siempre ocupado para esquivar a Joselu, no lo sé, mi niño, por aquí anda tanta gente que no tenemos tiempo para fijarnos en todos.
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