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Foto del escritorDiony Scandela

Mennón

Fue la noche más oscura en la historia. La guerra se inició con la fuerza de espadas,

lanzas y escudos; miles de troyanos murieron masacradas por los sanguinarios griegos. Menelao se bañaba con la sangre de sus víctimas mientras daba violentos besos a Helena de Troya; Agamenón buscaba ansiosamente a París, con el inhumano deseo de matarlo y descuartizarlo. Ya el anciano Príamo había muerto a manos del hijo de Aquiles

y, varios templos de Zeus incendiados por las hordas de aqueos. Pero más allá del calor de la batalla, de la arena teñida con sangre y el fuego de la violencia, dos figuras sobresalían por su misterioso combate. Guerreros fuertes que ejecutaban danzas de muerte, volteretas y ráfagas de espadas en la noche; león y tigre, lobo y chacal. Eran el valeroso Aquiles y el formidable Mennón. Con cada golpe que el inmisericorde Aquiles daba al escudo de Mennón, el dios Zeus se interponía; una que otra vez enviaba chispas de electricidad que herían las manos del aqueo pero nada podía calmar su sed asesina. Pero ya se hacía tarde para el valeroso troyano. Su madre,


Eos, lo veía desde un pináculo ubicado en el palacio de Príamo. Sabía que tarde o temprano debía intervenir para que no muriera. La lanza de Aquiles penetro el escudo de Mennón. El troyano hizo un movimiento en falso, cayendo al suelo. Se había doblado el pie; un dolor infernal corrió por la extremidad. Aquiles haciendo una plegaria a los Dioses Oscuros, elevó su lanza en alto para dar el golpe de gracia pero Zeus intervino. Hastiado de la arrogancia del hijo de Tetis, conjuro a los cadáveres de guerras pasadas que estaban bajo el suelo de Troya y, a continuación tenía más de treinta esqueletos andantes cerca de Mennón. Enseguida el ejército óseo de Zeus se abalanzo sobre Aquiles; el guerrero, uno por uno fue destruyendo con su espada a los esqueletos. Todo marchaba bien hasta que sintió que algo se clavaba en su talón. Desde una gran muralla, alguien gritaba injurias contra el, ahora moribundo, Aquiles.


Era París. El hermano de Héctor le saludaba con arco y flecha en mano; era la flecha que le había dado en el talón la que anunciaba su muerte. Mennón, ni corto ni perezoso, corrió hacia donde estaba el hijo de Peleo y con todo el placer del mundo hundió la espada en la garganta. Allí moría el más valiente de los aqueos, pero también, el más sanguinario guerrero del rey Agamenón. Mennón juro ante el cadáver de Aquiles que buscaría a Tetis para también darle muerte (con o sin la ayuda de Zeus). Pero cuando llegó Eneas a advertirle que ya la ciudad estaba desmoronándose, Mennón sugirió buscar una vía de escape; junto a Paris y otro grupo de troyanos. Los troyanos llegaron a los acantilados de Troya donde nadaban velozmente, los cadáveres de miles de guerreros. Contemplaron en visiones que el futuro les prepararía una ciudad más grande, una Roma imperial.


Pero Mennón aun dudoso de fundar otra nación, quiso apartarse a los valles de Persia, donde buscaría aprender artes, matemáticas y astronomía. Tal vez por deseos de su madre quien ya estaba orgullosa de las victorias bélicas de su hijo. Eneas partió hacia tierras lejanas; Mennón fue hacia las tierras desérticas de Persia, llevando consigo el casco de oro Aquiles y su lanza de bronce.

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