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LA NIÑA, LLORO INÉS

Lloro Inés nació como un gesto noble de la Providencia y murió aún niña, sin conocer lo desconocido para ella.



Juan y su esposa llevaban cinco años de casados, pero sus gametos eran incapaces de amarse.

Se rozaban, pero no habían logrado ese punto de excitación y gravitación para fusionarse

Juan y su esposa subsistían en la comunidad de un paraje del bajo andino, lejano a la civilización sanitaria y forense.

Vivían en soledad

El furor de las querencias de los primeros años se alejaba

Hacía falta un hijo para reencontrarse

Juan con el descontento se había asociado al alcohol y al consumo y tráfico de droga en poca escala.

Un día se apareció en casa con un cachorro Pit Bull Terrier

Se lo habían regalado no se sabía con qué intención

El acto coincidió con un gesto amable de la Providencia

La esposa se embarazó y nació una niña

Pero Rollo celaba el orgullo aún en gestación y creía tener razones.

Lloro Inés crecía y a la vez florecía.

Ella reía y él la miraba

Rollo era inteligente

Convivía dentro de la casa y había aprendido a servirse la comida y cepillarse los dientes.

Poco le faltaba para hablar

Balbuceaba, pero mejor hablaba con la mirada

Juan algo lejano y cerca de un arroyo, lo amaestraba en cosas malas de sufrimiento y muerte a otros seres.

Era como una forma de escape a lo amenazante de su vida

Tenía problemas y peor aún, deudas narcóticas que pagar

Por razones obvias a Rollo lo alojaron en el patio

Astuto, asimiló el golpe pero estaba preparado para cobrar.

El Chato que así le llamaban, tenía un dilema

Estaba acosado y en la mira de la policía por narco y asesinatos aun no probados

Tenía que cobrar deudas de drogas, porque si no se convertía en victima

“El crimen no paga” y el cartel no perdona.

Muerte segura porque adiestraban a otro.

Por igual, si Juan no pagaba sus deudas a tiempo, le cobran su vida o una cercana

—Juan tienes una niña muy hermosa, Lloro Inés, cierto, que lindo le quedaría un collar rojo al cuello.

Aquel trágico día, Lloro Inés en su inocencia, sentía unas tenazas filosas que sujetaban su cuello.

Parecían cuchillos

Desangraba murió sin conocer lo desconocido para ella

En el jardín de la casa la encontraron

Juan confesó.

Pagaría su pena con obras sociales y la promesa de regenerarse del vicio.

Al Chato lo enviaron a la ciudad, condenado a prisión por el crimen.

Ese mismo día y algo después de aquel momento, Rollo fue a orillas del arroyo y lavó sus fauces y su trompa.



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