En mi felicidad me adorna lo más importante, mi casita de madera parlante, que día y noche cambia su lenguaje. En el día, las maderas empiezan a refrescar mis habitaciones, y con una bella sinfonía, el viento patrulla el mínimo sitio que puede dar su frescura. Las ventanas indican el mejor día, porque se sostienen con un pedacito de madera, que declara que es hora de bajar el telón, para presenciar cada detalle con puro amor.
Ese techo de hojas de zinc, que me espanta por la caída del mango listo para ingerir. Culpables son de mis gritos de sorpresa, y las quemaduras cuando mi taza de café brinca ami manera. Me encanta cuando voy a dormir, cocuyos que brillan alrededor, y el sonido de los grillos que murmullan a todo folclor. Existen noches que me siento mucho más afortunado, porque las hojas de zinc, respaldan la naturaleza que salpica infinitas gotas para entregarme su belleza. El pasivo sonido de la lluvia empieza a recorrer mi casa, y es cuando me entrego a la sensación de arroparme y acurrucarme, para estar vestido de gala en honor al momento agradable.
Al amanecer, el aroma del café ajeno empieza su recorrer, no existen ventanas o puertas que le impidan al olfato detener o retroceder. Mientras que el aceite del desayuno procura invadir cada cocina, las batas y los varones sin camisas se dan los buenos días. Las horas nunca son suficiente, ya que en poco momento la comida de las 12 se hace presente. El sazón nunca se arrepiente de que tengas envida, porque aunque te encanta tu comida, la del vecino o de la vecina te llaman sin invitación concedida.
Mientras que mi pereza por la hartura me indica la siesta del medio día, me recuesto cerca de la ventana, donde la cortina baila al compás del viento y el sol que domina. Ya de tarde recojo toda noticia, sobra la vaca perdida y el perro que aúlla en las adoradas madrugadas que insistimos que sean benditas. Poco tarde, reconozco los mimes que se apoyan de mi sudor, refrescándome la mente que me tire agua con jabón. Caminado a mi hogar, doblo a la esquina, y mi casa me hace un gran favor, porque al echarle mi mirada, entiendo cada día que ella me pinta, de donde vine y quien soy.
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