Perderse no es malo, perderse no es malo, perderse no es malo; se repetía una y otra vez mientras apartaba como podía la maleza y caminaba por aquel bosque que empezaba a perder todo su verdor con la caída de la noche.
Empezó a escuchar el sonido con el que el estómago le recordaba que llevaba ya varias horas desde su última ingesta de alimento; hasta el llego el sonido del agua corriendo entre las piedras, se acercó hasta él y sacio su sed.
El pánico se adueñó de el con la visión de aquel rostro en el agua por lo que cerro sus ojos con fuerza, su corazón palpitaba descontrolado cuanto tomo la decisión de volver a abrirlos.
De nuevo pudo ver aquellos ojos como le devolvían la mirada, y fue entonces cuando descubrió su rostro por primera vez; nunca antes había podido tener aquella posibilidad, nació gracias a la ingeniería genética.
Solo pudo hacerse una idea aproximada de su ser contemplando aquello que sus ojos alcanzaban a ver, sabia de sus afiladas garras, del tamaño de sus colmillos, pero el conjunto era aterrador incluso para él.
Hasta entonces no había conocido el hambre como en aquellas horas, el ejército lo alimentaba bien; oyó el sonido de personas acercarse al rio, por primera vez se percató que aquellos seres que lo habían creado olían bien, casi como los animales que le facilitaban para que el los matase y devorase.
Cuando el equipo de búsqueda llego al rio en busca de los doctores solo encontraron restos de sangre y vísceras entremezcladas con los restos de sus batas manchadas con el color del terror; en aquel lugar una nueva especie había tomado consciencia en la cadena alimentaria de aquel planeta azul.
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