Cuentan los más experimentados arqueólogos (soy testigo de ello) que, aun se pueden
oír los horrendos gritos y alaridos que lanzaron aquellos perversos habitantes de Sodoma y Gomorra. Dicen haber observado los cuerpos calcinados de hombres y mujeres, grandes y pequeños quemados por la ira del Todopoderoso; si usted se adentra más allá del valle salado puede ver las estatuas de sal, esculpidas por las fuerzas geológicas así también la senda que cruzaron los ángeles que advirtieron al justo Lot. Allí estará la mujer del piadoso que miró hacia aquellas ciudades malditas, donde hasta nuestros días se respira la pestilencia de la sodomía antigua que, junto con la depravación sexual, cobra mayor fuerza en el resurgir de los tiempos de la apostasía. No es para nada raro ver sombras que aparecen y se desvanecen en el aire, estelas lumínicas de almas que aguardan el gran Día del Juicio.
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