Cipriano Fernández supo cómo rendirle homenaje a los viejos músicos del club donde
cantaba. Era un club de jazz alejado del bullicio de la ciudad. Cipriano vio morir a cinco integrantes de su banda. Tres se fueron a Europa y, los otros dos estaban siendo enterrados esa tarde. A este buen músico de sesenta y tantos años le encantan los atardeceres, pero le ponen triste los días lluviosos. Recuerda haber sido testigo de tantas batallas contra el cáncer. Fácilmente se puede dejar abandonar la tristeza, coger sus maletas e irse también al viejo continente. Oswaldo el negro del bajo, sabía muy bien que cuando se iría de este mundo Cipriano iba ser el más lo extrañaría. Gabriel Zimmerman, ese afable judío al que le gustaba mucho la batería y Miles Davies, falleció en los brazos de Cipriano. Sin hijos, sin esposa. Cipriano conocía bien que Zimmerman no tenía a más nadie en este mundo. Es por eso que en el funeral apenas estuvieron seis personas, incluyendo a Cipriano. Cuando se cargan los ojos de lágrimas se está invocando los viejos tiempos, añorando aquellos días en que fuimos felices. Ahora que Cipriano está más viejo de lo normal, es su esposa la única que se ocupa de él. Se le dificulta respirar por las noches. Sigue tomando esas viejas pastillas…Todavía tiene la colección de discos de Artie Shaw en su closet. Sabe que todo pasa, que todo es efímero que todo es en vano. Cipriano suele tocar en noches esplendorosas a la luz de la luna, mientras su esposa se desvela en el sillón viendo aquellas anticuadas telenovelas; el jazzista sabe que su tiempo se está agotando y la música se desvanece. Al final solo quedarían notas esparcidas en el viento del olvido, en la tempestad de la muerte. Pero decide tocar su saxofón, como en aquellos días en que se presentaba su conjunto en el Bronx. Su esposa lo anima a seguir con el nuevo quinteto del nuevo club pero, Cipriano sigue afincado en el pasado. Tan silencioso y enigmático, dibuja su sombra en el patio de la casa. El saxofón algo oxidado le va dando ya un leve dolor de garganta. Peor un día no muy lejano, el jazzista y su esposa emprenden un viaje a la misteriosa frontera de lo Desconocido. Allí tienen pensado reunirse con viejos familiares, queridos amigos cuyos rostros se esfuman en la brevedad de la vida. Todos estamos hechos de polvo, pero en el caso de los músicos, ellos están hechos de música. Fueron creados por el buen Dios en armonía, melodía y ritmo; los esposos Fernández van en línea recta a otra frontera. Más allá de esa triste ciudad que se moderniza y agita sus entrañas para expulsar a los seres ya obsoletos. Adiós a todos…La música me espera, dice Cipriano a sus vecinos. Y se vuelve uno con el horizonte.
Aquí dejo una muestra de las otras historias que desarrollé:
https://www.autoreseditores.com/diony
Hola Diony muy buen manejo de los espacios, del sin sentido y la brevedad del tiempo. Esto de decir que somos "obsoletos". Me hiciste evocar un viejo bar al que solía ir a escribir que ya no está en la ciudad ni tampoco sus parroquianos. Excelente imagen de volverse uno con el horizonte... muy poético. ¡Felicitaciones!