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Enjambre de nombres propios (1)

                        Lucía me dijo que la esperase aquí sentado y razón tenía en el aviso.

El aire, si lo hubiese, sería cálido, venido de más allá del Estrecho, del Sahara mismo, por eso la gente se agarra al vaso de cerveza como si fuera la última gota de vida; de pie, bajo los focos o sentado cada cual dónde puede. El camarero se pasea de un lado a otro tratando de salvar del olvido a los vasos de caña antes de que perezcan o se agoten las existencias tras de la barra. Grecia no puede salir de la zona euro, sería el fin de la comunidad, enfoco mis ojos en un grupo donde destaca un hombre de una larga melena recogida en una cola, leo sus labios, dado que otra cosa no puedo hacer, me distrae otro que le da la espalda, se parte de risa, ¿Al Qaeda aquí?, pero si la Feria ya pasó, podría estar diciendo. Una persona diminuta, de edad indeterminada por la distancia, se mueve entre la gente sin vaso en las manos, catorce vencejos pasan cerca de mi cabeza dejándome un mensaje cifrado sobre la imposibilidad física de que se choquen unos con otros, pero no lo entiendo, pegados a la pared de enfrente cuatro mujeres beben lo que parece cerveza, picotean de un cartucho lo que parecen patatas fritas y hablan de la mafia, Falcone, para mafia la que tenemos aquí ¿es que se va a ir de rositas, Dívar?, me ha parecido entenderle a la más joven de todas, que por cierto es la que le da los tragos más largos a lo que quiera que sea que esté bebiendo. Otro camarero con una montaña de vasos apilados de forma artística pide paso sin dejar de mover el culo de un lado a otro como defensa ante su atrevido número de saltimbanqui callejero, vuelvo a tropezarme con el ser diminuto escondido debajo de una gorra, de pantalones cortos, camiseta de tirantas y zapatillas deportivas. A mi lado, en la grada, uno que habla un español algo confuso pronuncia la palabra Amnistía Internacional y a continuación Derechos Humanos, alguien rompe un vaso, se producen unas carcajadas y se abre un minúsculo hueco que casi al instante vuelve a ser fagocitado por la masa, dos brazos en alto portan bebidas, salen de la zona porticada, les chorrea la espuma por los brazos y el sudor por la frente, casi a mis pies tengo una cabeza de mujer, de pelo lacio tirando a rubio, con los hombros al desnudo y la boca orientada en la misma dirección que la mía, sus acompañantes ríen de vez en cuando, capto Liga Árabe y Hermanos Musulmanes, aunque en su grupo nadie parece árabe; el puesto ambulante de artículos para picar aparece rodeado de gente por todas partes menos por los brazos del dueño, que parece multiplicarse guardando monedas y billetes en una bolso que lleva sujeto a su cintura. ¡Aguirre!, llega a mis oídos y veo ondear una bandera republicana por los alrededores del sr. Montañez, luego me parece ver a un hombre con una camiseta del BarÇa, dos camareros llegan hasta el graderío y casi les quitan los vasos de las manos a la gente, al tiempo uno se agacha y deposita en un pequeño contenedor dos bolsas vacías, antes de ser pisoteadas, en una esquina, coincidiendo con el flujo de entrada y salida de personas, un señor toca el acordeón, o al menos el instrumento se estira y se encoge como si estuviese sonando.

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