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Foto del escritorJosé Rodríguez Infante

El árbol de las lianas (y 3)

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Los de abajo volvieron a tirar de la cuerda y Mario empujaba cuanto podía en el mismo sentido, hasta que en un momento dado la inclinación de la cabeza daba a entender que estaba a punto de ceder y el cuello de la diosa terminaría fracturado.

—¡Tirad fuerte, mamones, que está a punto de irse al carajo!

Los tres de abajo se afanaron tanto en tirar que la tráquea terminó quebrándose.

—¡Vale, vale! ⸺gritó Mario⸺ ayudadme a bajarla.

—¡Hostias, la tenemos, la tenemos! ⸺celebraba Laura.

—¡Choca esos cinco, colega! ⸺le dijo Raúl a Elisa.

—¡Vamos, vamos, no os entretengáis! ⸺riñó Mario.

Con ayuda de una red deslizaron la pesada cabeza hasta que tocó el suelo.

—¡Ayudadme a bajar!

Volvieron a situarse a los pies del pedestal con Raúl soportando en sus hombros el peso de Laura y Elisa haciendo de contrafuertes. En pocos minutos, Mario llegó a tierra. Saltaron, brincaron y lo celebraron con un trago de la botella, sorbiendo a gollete.

—No perdamos tiempo, recogedlo todo, voy subiendo al ficus ⸺dijo Mario.

—Yo me meo toa ⸺Laura se agachó allí mismo.

—¡Quilla! ¿Qué haces?, que te veo ⸺dijo Raúl.

—Pues no mires, coño.

Elisa le dio una colleja.

—¡Déjate ahora de chorradas, no es el momento, vamos!

Mario trepó por el tronco del árbol de las lianas como si del mejor rey de los monos se tratase; así que al poco ya tenía preparada la cuerda con la que pensaba izar la cabeza decapitada de la estatua.

—Estoy listo ¿a qué esperáis?

—A que la niña tire de la cadena, ¡jua, jua, jua! ⸺se mofaba Raúl.

—¡Vamos, hostias! ¿A que terminarán por descubrirnos? ⸺protestó Mario.

Engancharon la red e hicieron llegar hasta él la cabeza de la diosa.

—¡Mario! ⸺dijo Raúl⸺ quiero subir.

—Tú estás loco ⸺respondió Mario.

—De verdad, colega, tengo ganas de saber que se siente.

—Lo que está es como una puta cabra ⸺protestó Laura.

—¡Que no, joé! ¡Que quiero subir!

Quillo, de verdad ¿por qué no te piras y nos esperas en el coche? ⸺le dijo Elisa.

—He dicho que quiero subir ¡joé!, quiero grabar desde lo alto.

—¡Déjalo! ⸺señaló Laura.

—Que haga lo que le salga de los cojones ⸺indicó Mario⸺, yo estoy terminando ya de atar esto.

Raúl se agarró como pudo al tronco, se apoyó en una liana y en la cuerda utilizada por Mario; éste le ayudó a llegar a la rama donde se hallaba la pétrea figura. Se fue animando y ascendió por su cuenta un poco más, al tiempo que su compañero regresaba a tierra.

—¡Raúl, mamón! No subas más, nos tenemos que ir, graba y bájate ⸺le dijo Mario.

—¡Qué guapada, tío!

—¡Venga, Raúl, baja! ⸺le gritó Elisa.

—Yo me abro, este tío está más que loco ⸺protestó Laura.

Raúl trepaba, se embarullaba entre las lianas y ganas le daban de lanzarse al vacío para caer de pie en otra rama.

—¡Venga Raúl!

—¡Vamos!

En una falsa maniobra le temblaron las piernas y no pudo asirse con seguridad a ningún soporte. Su cámara de fotos salió volando y él sin control sobre su cuerpo se enredó con una liana que le presionó el cuello y lo dejó colgando del ficus a la misma altura donde reposaba la imagen inerte de la desdichada diosa.


J.R. Infante



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