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Elisa y Mario se aproximaron a la glorieta y dejaron a sus pies las mochilas que portaban en sus espaldas. Sacaron de ellas unas cuantas herramientas y esperaron la llegada de los otros dos.
—¡Vamos Raúl! No tenemos toda la noche ⸺dijo Mario.
—Yo no sé… ¿dónde me pongo? Voy a…
—¡Agáchate ahí de una vez! ⸺lo empujó Elisa.
Luego llegó Laura. Mario se apoyó en los hombros de Raúl y comenzó a trepar por el pedestal hasta situarse en una posición desde la que podía tocar el cuello de la diosa.
—¡Pásame la cuerda! ⸺le dijo a Elisa.
La muchacha así lo hizo, por lo que al poco rato estaba unido a la estatua por una resistente cuerda de nylon que evitaría que diese con sus huesos en el suelo. Luego le pasaron un serrucho y otra cuerda con la que ató la parte superior de la cabeza. Tiró el resto de la cuerda, que recogieron los de abajo, mientras que él buscó un resquicio donde meter un resistente estilete que llevaba en la mochila.
—Ahora, silencio ⸺dijo Mario desde la altura.
—Yo no sé…
—¡Calla Raúl, cojones! ⸺protestó Elisa.
Nada se oía. Tórtolas, periquitos y mirlos reposaban. Todo era paz en medio de aquella jungla urbana. Mario colocó el punzón, tomó el martillo con su mano derecha y dio un golpe seco. Esperó un minuto. Silencio. Otro golpe. Un tercero. El tiempo transcurría lento…
—Me meo. ⸺dijo Laura.
—¡Chisst! ⸺mandó callar Mario⸺ ¡Vamos, preparaos!
Las dos mujeres sujetas a la cuerda se fueron alejando del pedestal hasta que ésta se tensó.
—¡Raúl! ¿A qué esperas? ⸺dijo Elisa
—Yo… lo que pasa…
—Sigue mamado ⸺dijo Laura⸺. Le advertí que tuviese cuidado, pero él…
—¡Vamos, arriba, mamón! ⸺le apuró Mario.
Raúl terminó por incorporarse y a duras penas llegó hasta el extremo de la cuerda.
—Ya estamos, Mario. ⸺dijo Elisa.
—¡De acuerdo! Todos a la vez, ¿eh? ⸺respondió éste⸺, ¡A la de una, a la de dos y…ahora!
Desde lo alto, Mario empujaba aquella cabeza de granito que tan pequeña parecía a lo lejos, mientras que los demás tiraban de la cuerda con toda la fuerza que les permitían sus músculos. Se formó una grieta alrededor del cuello de la diosa, se inclinó y dejó ver que, en lugar de tráquea, disponía de un cilindro de hierro forjado. Pararon un momento para recuperar fuerzas. Volvieron a tirar hasta que Mario ordenó:
—¡Quietos!
Mario sacó de la mochila una sierra, se colocó bien los guantes de faena e inició un lento movimiento de corte, centrando todas sus energías en los bíceps y tríceps. Los otros se tiraron en el suelo a la espera de nuevas órdenes. Laura bebió de una botella. Raúl le dio un manotazo…
—¡No bebas, que te meas!
—¡Me cago…!
—Eso también.
—¡Queréis callaros! ⸺medió Elisa⸺ ¿Queda mucho, Mario?
—Ya casi está ⸺contestó⸺, y mejor será que no alborotéis.
Se oía el roce de la lima con la ferralla, el croar de una rana y el respirar fatigado de Mario que no podía controlar el sudor de la frente.
—¡Vamos, preparaos!
Mario revisó el nudo de la cuerda, cambió el punto de aplicación para que fuese más efectivo y dijo:
—¡Ahora!
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