Mi nombre es Santiago Cuéllar. Tengo poco más de 50 años y soy originario de Ciudad Juárez. La historia que voy a contar ocurrió durante las vacaciones de verano del año 1981, en ese entonces yo tenía 11 años.
Mis padres tenían la costumbre de llevarnos de viaje cada verano, a veces a Monterrey, a veces a Real de Catorce, ese año tocaba ir a visitar a unas tías a Hacienda de Bocas, y de paso llegaríamos a ver otro pariente en González, en ese entonces era un ranchito.
Sin duda alguna ese sería el viaje más horripilante que realicé alguna vez.
Fuimos en la camioneta de mi padre, tenía un cámper para que pudiéramos ir todos los niños en la parte de atrás, yo soy el mayor de los que en ese entonces eramos cuatro hermanos.
Iniciamos el viaje a las cinco de la mañana. En ese entonces aún no existía la autopista así que la única manera de realizar el viaje era utilizando la carretera nacional.
El trayecto hasta Chihuahua me la pasé dormido, ahí bajé a estirar un poco las piernas. Pero las cosas extrañas comenzaron durante el trayecto de Torreón a Saltillo. Ahí nos dimos cuenta que un carro café nos estaba siguiendo desde quién sabe dónde. En determinado momento el carro se acercó mucho, tanto que pude distinguir la extraña mirada del conductor, nos observaba como si pensara hacer algo, como cuando uno ve una playera que quiere comprar y no tiene el dinero para hacerlo, era incómodo.
Mi padre, harto de la situación, frenó de golpe causando que el carro café, intentando no impactarse con nosotros, se saliera de la carretera, nunca supimos que fue del conductor, lo último que vimos fue como ese carro se perdía entre la maleza fuera de control.
Para asegurarnos que ya no nos estuvieran siguiendo, mi padre se siguió de largo hasta Matehuala sin hacer ninguna parada. Ya estando ahí nos detuvimos para que mi padre durmiera un poco, estuvimos ahí quizá unas 4 horas, mi madre aprovechó para comprar agua y galletas. Seguimos nuestro camino y en Moctezuma mi padre volvió a parar para descansar un poco, menos de una hora.
Finalmente, luego de más de casi 35 horas de camino, llegamos a nuestra primer parada. González. Eran como las 8 de la noche, todo estaba oscuro ya que no había ninguna fuente de luz más que las veladoras al interior de las casas. Todos bajamos de la camioneta y entramos a casa de una hermana de mi padre, ahí cenamos y les contamos del incidente con el carro café, el señor de la casa, nos recomendó no decir nada a nadie, ya sabes, en caso de que el conductor hubiera muerto.
Terminando de cenar todos estábamos pensando que nos quedaríamos ahí a dormir, pero a mi padre se le ocurrió que deberíamos irnos de una vez. Así que nos despedimos y todos volvimos a la camioneta.
Avanzamos por el camino, que no era más que piedras, y antes de salir de aquel rancho mi padre se detuvo y dijo que iría rápido a saludar a un amigo, que esperáramos en la camioneta.
Ni siquiera pasaron 5 minutos cuando el viento comenzó a hacer cosas extrañas, silbaba de una forma un tanto tenebrosa, el sutil ruido comenzó a hacerse cada vez más fuerte e incomodo.
Entonces vimos como mi padre se acercaba corriendo a la camioneta, arrancó inmediatamente, no aceleró mucho pero no iba a la velocidad que uno iría en un camino rocoso.
Mi madre le cuestionó su actuar a lo que mi padre le respondió que su amigo le dijo que más temprano habían matado a tiros a un sujeto que había asesinado a su esposa e hijo, y que la camioneta estaba estacionada exactamente en el lugar en que ese tipo cayó sin vida.
Mi madre le cuenta cómo se estaba sintiendo el ambiente y ambos deducen que se debía a que ahí había muerto ese hombre. Así salimos de González ya directo a Hacienda de Bocas, el camino atravesaba un monte lleno de arbustos y todo tipo de maleza.
Luego de unos minutos escuchamos un ruido ensordecedor, tanto que hizo vibrar los vidrios del cámper. Entonces todos presenciamos como 5 gigantescas aves blancas comenzaron a seguirnos. Inmediatamente pensamos en brujas.
Todos nos asustamos. Nunca habíamos visto algo como eso. Esas cosas eran como búhos, pero 3 o 4 veces más grandes, lo que nos daba más miedo eran sus rostros, tenían la expresión que hace un gato cuando quiere comerse un pequeño cotorro.
Mi padre aceleró todo lo que pudo intentando alejarse de esas espeluznantes cosas. Nadie supo en que momento pasó, pero de pronto estábamos dentro de una niebla, no era muy densa pero reducía bastante la visión que mi padre tenía del camino terroso.
Nosotros ya no podíamos ver nada hacia atrás, la niebla sumado a toda la tierra que estaba levantando la camioneta por el exceso de velocidad eliminaba cualquier posibilidad de saber si esas cosas aún nos estaban siguiendo. Pero un extraño gruñido que provenía de alguna de esas cosas nos recordó que seguían ahí.
El trayecto parecía eterno. A pesar de que había un solo camino mi padre mencionó que se había perdido.
Logramos salir de la niebla, solo para ver cómo una de esas cosas blancas se abalanzó sobre la camioneta. Golpeó la defensa trasera y su impacto dejó una marca de tierra pegada al vidrio por el que las estábamos viendo.
Quizá era el miedo, pero puedo jurar que la marca de tierra que quedó en el vidrio parecía un rostro, un infernal rostro que tenía una gran sonrisa perturbadora. Y sus ojos parecían estar mirando hacia dentro. Parecía que nos estaba espiando.
Cuando nos percatamos de ese rostro, mis hermanos y yo, no pudimos más con aquella macabra situación y rompimos en llanto. Mi madre, desesperada comenzó a rezar un padre nuestro mientras su voz parecía que se iba a quebrar en cualquier momento. Mi padre estaba tan desorientado que gritaba de desesperación.
Entonces una de esas cosas nos adelantó, creímos que se había rendido. De pronto se abalanzó sobre el cofre, en cuanto mi padre la vio venir pisó a fondo, exprimiendo hasta la última gota de la capacidad del motor de su camioneta. La criatura alada terminó atropellada. El ajetreo que sufrió la camioneta cuando las llantas pasaron por encima de esa cosa fue tanta que las maletas que iban en la parte de atrás terminaron golpeándonos.
Toda la situación era tensa, demasiado. Entonces otra de esas horripilantes cosas se lanzó sobre la camioneta. Mi padre frenó de golpe para luego volver a acelerar. Eso hizo que la criatura terminara con una de sus alas atorada en la antena de la camioneta.
La bestia blanca emitió un quejido, chirriante, insoportable, similar a cuando se raspa una superficie metálica con un objeto firme y con filo. Creí que mis oídos iban a reventar así que los tapé con fuerza. Mientras lo hacía pude ver que las otras 3 criaturas aladas daban vuelta para alejarse de nosotros.
Me destapé los oídos pensando que ya todo había terminado, entonces escuché que mi padre gritó, asustado, que no podía frenar. Su miedo se debía a que frente a nosotros, a menos de 100 metros, estaba un vehículo de carga.
Mi padre, ya completamente desesperado, giró el volante. Afortunadamente la camioneta no se volteó, pero mis hermanos y yo terminamos con varios golpes. No tengo idea de si fueron las maletas, la estructura interna de la camioneta, o el cuerpo de mis hermanos, pero alguien o algo me había quebrado el dedo índice de la mano izquierda.
La camioneta se detuvo cuando impactó contra un árbol, ya no llevábamos tanta velocidad pero si la suficiente como para hacer que la criatura escupiera sangre al quedar prensada entre el cofre de la camioneta y el árbol.
Los dos hombres que venían en el vehículo de carga fueron en nuestro auxilio. Nos ayudaron a bajar, siempre teniendo cuidado de no acercarse demasiado a la criatura blanca.
Todos estábamos bien. Teníamos golpes y seguro alguien había sangrado un poco, pero nada de qué preocuparse. Mi madre era la que estaba más asustada, inclusive más que mi cualquiera de mis hermanos.
Mi padre y los 2 sujetos estaban hablando sobre qué hacer con la cosa blanca, no sabían si estaba muerta o si solo había quedado inconsciente, estoy seguro que ninguno de ellos 3 quería ser quien lo comprobara.
A mí se me ocurrió mirar la tierra que había formado aquel infernal rostro esperando que se hubiera borrado entre tanto ajetreo pero no, ahí estaba y por alguna extraña razón ahora parecía que sus aterradores ojos estaban mirando hacia afuera de la camioneta, como si el dueño de esa horrible cara estuviera dentro recargado sobre el vidrio, espiándonos. Su mirada era tan escabrosa que a día de hoy cuando cierro los ojos aún siento que me está observando.
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