Empezando la mañana me siento tan agotado, mis piernas y mis manos reflejan a un hombre de más de 62 años. Me siento perdido sobre mi edad, pero mi acta de nacimiento me obliga a aceptar la verdad. Me encuentro cara a cara con mis 62 años, tal vez contando los días que me quedan, y lo que me espera. El trabajo me recuerda nuevamente que tal vez son 80, porque mi espalda también se pone dolorosamente a llevar cuenta. Me convenzo día a día que tengo fuerza para trabajar, años me pueden quedar, pero mi cuerpo insiste que no aguantaré más. Agradezco mi ambición, y más mi valor para buscarme el pan de cada día, con obstáculos que no están a mi favor.
Muy de mañana, camino hacia mi trabajo, el frío invade mis huesos, y la nieve hace que piense tres segundo, antes de dar un paso. El frío constante me abriga más que mi mismo abrigo, porque si estuviera ciego, me convenzo de que ando con pecho descubierto. Al llegar a mi trabajo, comienzo a limpiar los pisos de la universidad, mi tiempo es limitado, porque los estudiantes llegarán como rebaños arrebatados. Mi sudor es constante, porque no quiero quedar mal en ningún lado, aunque nunca sería suficiente, porque abundan las quejas de mi trabajo.
Al terminar el día, mi cuerpo nuevamente arremete contra mí. El dolor me obliga a quedarme en el trabajo una hora de más, esperando la sanidad, para enfrentar el invierno que me espera sin recapacitar. Sentado en el closet de limpieza, acompañado de desinfectantes y muchas necesidades sanitarias, comienzo a reflexionar sobre lo que tengo que atravesar para llegar a mi hogar. Mi viernes esperado me llena de fuerzas, ya que dos días de descanso me entregan un alivio necesario. Pienso en mi sábado, día mundial para mí, de refugiarme del frío culminante. Domingo religioso, invicto de evitar los nervios, por causa de aquel lunes poco generoso.
Ya en mi hogar, el calor placentero es lo único que aprecio, porque las historias de mis paredes, reflejan lo que siempre he amado y extrañado. Los dos cuartos vacíos me hacen sentirme muy solo en un tiempo infinito, mientras que los recuerdos me obligan a caer en una depresión que no tiene olvido. Aquellos retratos me ayudan a recordar quien soy, pero también arremeten contra mí, dejándome dudas y ganas de volverlos a vivir. Mi soledad nunca fue voluntaria, y afirmo todos los días que no existe plan para enfrentarla, por eso me propongo a tratar de eliminarla.
Al llegar la noche, empiezo a escuchar mis mensajes de llamadas perdidas. Mis dos hijos, que se encuentran a 10 horas de mí, me llaman exclusivamente para saludar, aunque existen pocas intenciones de visitarme. Mi hermano Rufito que vive en mi país natal, me cuenta lo ardiente que está el clima tropical, de las gallinas que se le escapan, y el tamaño de cada verdura que insiste que aquí no se da. Mi excusa son simples, a mis hijos les explico que mi teléfono no está funcionando bien, y a Rufito, lo caro que son los minutos para poderle devolver.
Cada día encuentro que mi felicidad se desvanece en mi corazón, dejándome saber que lo que una vez fue, jamás me hará presencia de honor. Personas que adoro más que yo, se fueron lejos de mí, por la voluntad de Dios. Los años me han enseñado a sobrevivir, con lo poco que tengo de amar y querer, ya que cada año se disminuye más mi esperanza de volverlos a ver. Abrazo con todas mis fuerzas aquel sentimiento de puro amor, pero siempre suelen escaparse sin un adiós. En un hilo he sentido la vida de mis seres queridos, me arrodillo y confieso que no nací para verlos partir fuera de mi vida. Me siento tan torpe de pensar que no todo tiene que alejarse de mi persona, pero mi alma y mi corazón me traicionan, al distribuirse aquellas lágrimas de perdón y angustia.
Ya en mi cama y preparado para dormir, me identifico como un alma perdida sin lugar donde vivir. Me enfrento al silencio, aquella llama que enciende mis pensamientos, que multiplica mis penas, y reparte recuerdos admirables. Me entretengo en mi cama con lo que pude ser y lo que también debí hacer. Me acurruco como si el frío entrara por una ventana abierta, en ese momento mi dolor se aleja más y más, hasta dejarme en un mundo definido para mí. Al cerrar mis ojos me desconecto de la realidad de mi vida, y mi conclusión exige que lo nunca presenciado, estaría sin duda fuera de mis manos.
De momento me encuentro en un lugar muy conocido, en una esquina mirando al tráfico que se aproxima, esperando el burro que pasa por la avenida. Me imagino que tengo 12 años, y recuerdo que debo hacer, esperar que llegue el burro, ya que consigo carga los tanques de leche para beber. Es un sueño y lo reconozco, y de inmediato lo aprovecho a todo gozo, corro como niño contento hacia mi casa, una casa de madera, azul y con láminas de metal como techo. Al entrar me dirijo directo a la cocina, porque entiendo quien espera por mí en este día. Mi abuela se encuentra frente a la estufa, colando su café que nunca lo dejo de beber. Con su bata amarilla, su barriga de mucho arroz ingerido, y su pelo corto y canoso, se mantiene mirando por la ventana de madera, a la mañana de un hermoso domingo. Al enterarse de mi presencia, abuela me mira fijamente y me pregunta.
“¿Raulito, y que paso con la leche que te mande a buscar?...."Ahhh, me imagino que se acabó antes de que llegaras, bueno entonces no podemos hacer la avena".
Me quedo pasmado, esperando algo todavía no mencionado, ella con su mirada de pregunta se acerca a mí, y me dice.
"Estás pálido como si has soñado con un fantasma".
Mi abuela sale al patio, y es cuando me doy cuenta de que Rufito, mi hermano mayor con sus 15 años, me llama para jugar en la calle. En vez de seguir a mi hermano, prosigo donde mi abuela, que comienza a regar el maíz para todas las gallinas inquietas. Empiezo a regar el maíz, mientras que ella me sonríe, indicándose que mi compañía le entrega alegría. Sin tiempo que perder, me aprovecho de la oportunidad de ver a tan dulce ser, y es cuando empiezo a decirle, el significado de su adoración.
"Abuela, te extraño mucho, mi padre un día me llevara a otra tierra, pero la distancia nunca me obligará a dejarte de quererte, de mil maneras".
Al terminar en el patio, mi abuela me apunta al segundo cuarto de la casa, y de inmediato entiendo su mandato. Al entrar encuentro a mi tía sentada en la cama, mirada catatónica, como esperando que le digan que de un paso. Recuerdo bien su estado, problemas mentales de hace años, pero dulce y amable cuando está en sus cabales. Al sentarme junto a ella, me siento obligado a encontrar aquel momento cuando le he fallado.
“Mi tía querida, recuerdo cuando tú sanamente acudiste a mí, cuando un clavo perforó la planta de mis pies. Yo que me burlaba de ti por tu condición, pero ese día mi corazón hablaba por mí, y me dijo que te amaré por siempre, aunque ya no estés junto ami".
Mi tía lentamente mueve su cabeza para mirarme de frente a frente, con sus ojos tristes y sus labios de un rosado pálido, me sonríe y me dice..
" Yo también te quiero mucho, más que a mis propios hijos que ya no me visitan, pero quiero algo de ti mi amor, regálame tus cordones de tus tenis, para mi gran colección".
En ese momento busco en su gaveta la colección de cordones de zapatos. Me retiro del cuarto, y arrojo los cordones al pozo de al lado, ya que recuerdo que mi tía con su gran colección se había ahorcado. Ya frente al pozo reconozco una voz conocida, indicándose con grito de garganta que me aleje del pozo de inmediato. Mi querida madre se acerca con una rama de árbol en su mano, lista para azotarme por no obedecer que me aleje de lo que me puede hacer daño. Mis lágrimas comienzan a salir de alegría por su presencia, y ella me agarra por una mano y me azota fuertemente sin esperar respuesta.
"Raulito cuantas veces te tengo que decir que no te acerques al pozo?, tienes que escucharme, te puedes caer y ahogar, yo sin ti no puedo vivir en paz".”
Con mis ojos aguados la abrazo de felicidad , me agarro de su vestido para no dejarla que vuelva a mi olvido. Ella me mira cariñosamente , me pasa la mano por la cabeza, me da un beso en la frente. Agarrado de su vestido rehusó a dejarla fuera de mi lado, alguien agarra mi mano jalándole como si está desesperado, mi hermana menor hace presencia, y me lleva nuevamente al patio. Con su cintillo morado y su vestido azul claro, comienza a dibujar en el piso con su libro de dibujos animados. Ella me apunta a dibujar una casa, mientras que ella dibuja un carro de carrera. Me siento obligado a hacer un intercambio, y le apunto para que dibuje la casa en vez del carro. Ella con su cara seria sin mirarme a los ojos y dibujando la casa, me dice...
"Me gustan los carros, la velocidad me saca fuera de la realidad, no me gustan las cuatro paredes, porque en ellas me aburro más y más".
Mi hermana menor inteligente y aventurera, que sin límites vivió la vida de todas maneras, hasta que un día por su velocidad en la carretera, dejó de existir sin dejar huellas. La explosión fue tan terrible, que su cuerpo fue inmediatamente calcinado, la placa del carro y su brazalete, fue el motivo de haberla identificado.
Mientras su mirada está fijada en mí , con pocas palabras le respondo sin tener temor.
"Hermanita, hoy día amo a todos los hijos que no pudiste tener, y fue mi amor y cariño por ti, que desgarró mi alma cuando dejaste de existir".
Ella se levanta del piso, me mira con una sonrisa como si fuese sorprendida, y con gran velocidad corre fuera de mi vista. Al mirar el dibujo de la casa, la había pintado de amarillo, con dos palabras, ." Siempre Contigo". Salgo inmediatamente detrás de mi hermana, que se desplaza por la avenida con su bicicleta rosada, mi hermano Rufito me entrega su bicicleta, y yo a gran velocidad trato de alcanzarla, pero más se aleja. Sin vista de ella, sigo pedaleando por toda la ciudad, recuerdos de mi niñez empiezan a llegar. Mi primera escuela, el hospital donde nací, el parque de mi niñez, y la adorada catedral que acudía a asistir.
Un camino conocido ha empezado mi jornada, campo verde, vacas y chivos a manadas. En ese momento puedo mirar a mi hermana con su bicicleta en mano, esperándome frente a una casa. Con temor me quedo mirando la casa, que está rodeada de animales y un solar con gran espacio. Trato de pedalear mi bicicleta, pero la rueda del frente bruscamente se despega. Mi hermana se acerca a mí, y con mirada de paz, y sonrisa de alivio me dice…
"No puedes discriminar el amor, duro fue dejarlo, pero también es parte de ti'' .Quieres alejarte de él, pero lo adoras hasta más que todo lo que has dicho de mí, no te culpo, y menos te juzgo, pero estos son tus momentos. Cuando termine de arreglar la bicicleta, te estaré esperando, serás todo lo que siempre has soñado".
Prosigo a entrar a la casa, pero un sonido detrás de la casa me llama la atención. Es un sonido de una niña , ella le grita a una vaca indicando que le preste atención. La niña de pelo marrón oscuro, vestido blanco, y ojos negros, deja de gritarle a la vaca al ver que me acerco, y es cuando ella me habla, como si le e preguntado si algo es cierto.....
"Sí, es muy terca la vaca, no se deja de mover, muy inquieta, y tiene miedo de que manche mi vestido recién traído de la costurera"... ¿Sabes por qué está inquieta? Lo está porque admira mi belleza, pero a la misma vez no se quiere acercar a mí, porque cree que mi vestido es más valioso, y por eso prefiere apartarse y no recibir mi cariño".Muchas veces me trato de acercar, pero la vaca asume que no me quiere ensuciar, solo quiero su cariño, ya que lo que tengo puesto solo tierra ha cogido".
Sin duda y antes de entrar, sabía con quién estaba hablando. La persona que fue mi esposa, que he adorado y amado demasiado. Su vestido blanco de boda sigue es su armario, nunca me atrevo a abrirlo, por el dolor de su recuerdo que me está matando. Trato de olvidarme de ella, pero no porque nunca la he amado, solo por la razón de vivir sin su presencia, que nunca me he acostumbrado. Al enterarme de que siempre me ha buscado, comienzo a entregarle mis palabras que al fin le llegan al más allá.
"Hoy empiezo nuevamente a vivir contigo, porque la tela que se encuentra en tu armario la tenía como si fuese tu presencia que nunca me he olvidado. Pero en este momento ha confirmado algo que siempre he deseado, que me estás esperando para realizar nuestro encuentro de enamorados, por siempre tú y yo en el altar glorificado".
Al terminar, mi mujer me da un abrazo y corre brincando de alegría, en todo el solar soleado lleno de flores y pura armonía. Al tratar de correr detrás de ella, mi hermana llega con su bicicleta y me hace señal que me monte para alcanzarla. Al hacer el intento de montarme, veo en la carretera a Rufino con su bicicleta, con vista firme indicándose que alguien lo deja, mi hermana me mira y me dice...
"Deja a nuestro hermano tranquilo, él tiene mucho que hacer, ya que has partido. "Llegaste al país ayer, pero no vivo, esos dolores que te quejabas llegaron a ser que para los vivos estés en el olvido". Tu vecino te encontró sin pulso y frío, como aquel invierno impulsivo, no le digas adiós a Rufito, deja que siga su camino".
Puedo admirar a una poca distancia a mi esposa ya adulta , esperándome para una segunda boda, con su traje blanco y en un altar dorado, donde mi madre, mi tía y mis seres queridos me esperan como si fuese el invitado de honor. Mi hermana me agarra por mi mano y me dice..." Te dije que llegaría a tiempo a tu boda, no tengo culpa que el carro se puso tan contento como yo ese día". Mi hermana se ríe a carcajadas, y agarrada de mi brazo como si me entregará al altar, recorremos el comienzo de la vida divina.
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