Cuando el prisionero llevaba días sin comer y estaba hambriento, sus captores le dieron un plato a rebosar de comida y este lanzó un suspiro de alivio, pues al fin el enemigo se había apiadado él. Sin embargo, algunos le dijeron que podía masticarla, mas no tragarla o, de lo contrario, lo torturarían de todas las formas imaginables.
—Y cuando te lo acabes, nos puedes pedir más —se burlaba otro.
Hola muy buen relato. Breve y estremecedor. Saludos.-