02:45 de la madrugada, residencia para mayores de San Gervasio, Madrid.
Me despierto en mi nueva habitación, la cama de al lado sigue vacía y las enfermeras me miran con recelo como si estuvieran esperando que fuera a sucederme algo terrible. Cuando una de ellas vino ayer para levantarme del lecho y sentarme en la sillita de ruedas, la agarré de la muñeca para agradecerle su ayuda, pero sólo conseguí que se escabullera como un conejo asustado.
Prefiero pensar que son unas supersticiosas, pero siento una energía negativa en el lugar. Algo que me vigila tras la imagen mariana y que ofende a todo lo sacro. Y ese olor tan fuerte a perfume que aparece a la misma hora, ni un minuto antes, ni uno después.
Eso debe ser algo mucho más que otra coincidencia, creo que es mejor que me duerma y analice todo con más calma. Cierro los ojos y le pido a Dios que me ayude. Pero una risa interrumpe mi plegaria y una voz femenina me amenaza:
—¡No encontrarás a tu Dios aquí! —me grita y me sujeta, puedo sentir un peso invisible comprimiéndome el cuerpo, castigándome sólo por estar en el lugar equivocado, en el momento incorrecto y cuando creo que voy a morir de terror, advierto un zarandeo y otra presencia me saca de las tinieblas.
—Despierta dormilona—vamos a llegar tarde a la excursión.
—¿A qué excursión? —pregunto abriendo primero un ojo y luego el otro.
—Así que no te acuerdas ¿eh? —y con amabilidad me pone al corriente—. Vamos al jardín botánico, en esta época del año está precioso.
—Cierto—le respondo, ofreciéndole una sonrisita que dice: “Soy una viejecita entrañable, se buena conmigo” y lo cierto es que me funciona, pues la chica me sonríe y me dice:
—Voy a tener que pedirme más veces esta planta. Ya que hay hueco disponible siempre, mientras el resto están saturadas de personal.
Me repito el final de su frase y cuando estamos en la excursión, las caras que tengo a mi alrededor parecen sacadas de un velatorio. Selecciono a la presa del rebaño más sociable, es una señora elegante con un hermoso cabello plomizo corto, lo lleva con gracia de forma despeinada, le gusta usar colores fuertes para los labios, para esta ocasión ha elegido el marrón chocolate, para que se oponga a la palidez de su blusa nívea.
—No te veo muy entusiasmada con la salida.
Ella se gira y me señala el banco de piedra más cercano.
—Quizás deberíamos continuar con el grupo—le digo.
—No creo que el resto necesite oír lo que me vas a preguntar.
—¿Cómo lo sabes?
Ella se encoge de hombros y echa un rápido vistazo al resto.
—Porque eres la nueva y por si no te has dado cuenta, los demás huyen de ti como de la peste.
—Cierto. En los dos días que llevo aquí, me he dado cuenta de que eso de hacer demasiadas preguntas parece estar mal visto.
—¿Has empezado a tener los sueños?
Ella se sienta en el borde del banco y me permite ponerme enfrente. Ahora estamos a la misma altura y no tengo que estar estirando el cuello para hablarle.
Suspira y deja caer una lágrima que rueda por su mejilla. Se la limpia con el dorso de la mano y asiente con la cabeza.
—Todos los tenemos al llegar aquí, querida—me dice dándome una palmadita de consuelo en la mano.
Mi garganta se reseca. El aire se vuelve más pesado a mi alrededor y siento que a mis pulmones le cuesta cada vez más inhalarlo. Ella trata de calmarme, pero yo no quiero que omita nada y tras suplicarle que continúe, accede a cumplir mi petición.
— Como te iba a decir, antes de que sufrieras un ataque de pánico. Después de las visiones viene el perro.
—¿El perro? —pregunto, apreciando un fuerte pellizco en la boca del estómago.
—Uno negro que se pasea por el hospital. Eligiendo a las personas que visitará su señora.
—¿Qué señora? — le pregunto ansiosa.
—La que va con el perro, si la señora te elige no hay vuelta atrás. La última en verla ocupaba tu misma estancia.
Ahora entendía por qué nadie hablaba de ello. Estaba jodida si no conseguía salir de allí cuanto antes.
—¿Cómo murió? —curioseé preparándome para lo peor.
Su expresión se oscureció y sus ojos se empañaron.
—Algunos dicen que algo perverso se apoderó de ella. Otros aseguran que su comportamiento era achacable a una enfermedad degenerativa como el Alzheimer, pero yo siempre sabré que fue la dama la que la mató. Incluso me dijo algo escalofriante…una sensación que tuvo.
—¿¡Qué sensación!?
Lanzó otro suspiro al aire y entrelazó las manos sobre su regazo. Centró su mirada en mis ojos y en tono solemne aseguró.
—Juraba y perjuraba que, en su habitación, aquella presencia era más fuerte. Como si allí residiera su centro de poder. Incluso que…
Se aseguró de que nadie nos prestaba atención. Incluso algunos ya se alejaban, pues habían dado una pausa de unos 15 minutos para ir al lavabo y tomar algo.
—¡Dime lo que te aseguraba por Dios!
—Aseguraba que su imagen de la virgen de la Inmaculada, era un cuadro plagado de maldad. Y que cierto día le pareció verla mover los ojos.
Un escalofrío me recorrió la columna, porque yo había sentido justo lo mismo al mirarla. Aquella misma tarde al volver, fingí estar mala para pasar la noche en la enfermería. Veía sombras en todas partes, tenía tanto pavor, que enredé un rosario alrededor de mi mano.
Pero esa noche un perro ladró por la residencia. Sus patas golpeaban el suelo, sabía que buscaba algo o mejor dicho a alguien, me buscaba a mí. Él apareció a los pies de mi cama, eligiéndome a mí para la señora.
Pero me enfrenté a aquella sombra, enseñándole el crucifijo y rogándole a Dios que me ayudara. Y alguien allí arriba, debió de oír mi suplica, porque la bestia cuadrúpeda se alejó y como si nunca hubiera existido, desapareció.
A la mañana siguiente, cuando fui al comedor a desayunar, me topé con la policía. Iban sacando un cuerpo por la puerta trasera del edificio, pero yo iba muy decidida y me colé entre ellos, y a pesar de sus gritos, destapé el cuerpo.
“Era la señora elegante”. Ese era su castigo por atreverse a hablar conmigo, al fin y al cabo, la dama era la encargada de decidir quién vive y quién muere en sus dominios.
Hola Clarisa excelente la imagen de la dama y el perro. Se siente la presencia, el espanto. Muy bueno. ¡Felicitaciones!