top of page
Foto del escritorRamiro Contreras

EL MISTERIO DE SAN FERNANDO

En la zona centro de la Ciudad de México, por la colonia Guerrero, está el panteón de San Fernando, fue uno de los primeros cementerios de la ciudad. Desde hace muchos años ya no se reciben más cuerpos ya que fue designado como museo debido a las personalidades que ahí descansan, de la talla de Benito Juárez e Ignacio Zaragoza.


La época cuando recibió más cuerpos fue a mediados del siglo XIX debido a dos epidemias de cólera, aunque el cementerio trató de mantener al mínimo sus servicios para quienes morían de tal enfermedad, sucedió así para mantener su imagen.


Se cree que fue durante esos años que llegaron al panteón los cuerpos de los fantasmas que a día de hoy asustan a los más distraídos. Se supone que fue precisamente por la muerte que tuvieron debido al cólera que no pueden descansar.


Fantasmas como la mujer de negro y el anciano del bastón, inclusive me atrevería a decir que las luces y sombras que se pueden ver moviéndose por las tumbas pertenecen personas que debieron haber muerto de cólera.


Pero lo que voy a contar no va de nada de eso. Me llamo Francisco Hernández, vivo en la colonia Guerrero y desde 2016 tomo el metro en la estación Hidalgo, ya sea para tomar la línea 2 o la línea 3. Siempre que uso el metro soy de las primeras personas en llegar o de las últimas en salir, esto debido a mi trabajo.


Seguro se estarán preguntando, ¿qué tiene que ver la estación de metro Hidalgo con el panteón de San Fernando?, verán, soy fotógrafo, soy muy bueno con las tomas nocturnas o a poca luz. Y fue un trabajo en ese cementerio lo que me llevó a investigar la relación entre esos dos lugares.


Conocida por algunos es la historia de una cadavérica y alta mujer que a veces deambula por los vagones y pasillos de la estación del metro Hidalgo. Yo había escuchado rumores sobre esta extraña mujer, pero, al estar acostumbrado a trabajar de noche, no suelo hacer mucho caso ya que sinceramente hasta ese punto nunca había visto nada extraño.


Pero un día de Marzo, luego de realizar un trabajo para un cliente del mundo de la política, quedó tan contento con las fotografías que me propuso este trabajo en el panteón de San Fernando. Había que tomar unas fotografías a las tumbas de ciertas personalidades, me especificó que debía verse la Luna llena en cada una de las fotos, esa noche era despejada y la Luna estaba precisamente llena, así que el cliente me dijo que si al día siguiente le llevaba las fotografías me daría un dinero extra, no puedo dar más detalles del trabajo o del cliente por motivos de confidencialidad.


Acepté el trabajo, así que tomé la línea 2 del metro y fui de regreso a la estación Hidalgo. El vagón en el que viajaba venía a media capacidad. Una señora con una blusa floreada, un joven de playera oscura que alguna cosa estaba haciendo en su celular, tres niñas, hermanas seguro por el parecido, y el resto eran godínez.


Llegué a la estación, bajé del vagón y salí a la avenida Hidalgo, crucé la calle y llegué al Museo del Pulque, seguí caminando por la avenida Hidalgo y cuando iba a llegar a la esquina con la calle Héroes vi como daba la vuelta una mujer de una altura peculiar. Pude seguirme derecho por avenida Hidalgo pero decidí dar vuelta, no pude evitar pensar en las historias de la mujer del metro, y la curiosidad me orilló a seguir a la mujer que acababa de ver.


Caminé por la calle Héroes siguiendo a esta extraña mujer, que por cierto usaba una vestimenta peculiar, antigua, no sé si de la época de la revolución pero sí bastante antigua. Por alguna razón yo esperaba que la mujer se siguiera hasta llegar a la calle Mina, pasando de largo la esquina donde se da vuelta para ir a la entrada del panteón de San Fernando. Me equivoque. La mujer giró en la esquina y cuando yo hice lo mismo ya no la vi. Había dos opciones. La primera es que por alguna razón haya acelerado su paso tanto como para cruzar toda la cuadra y llegar al jardín. La segunda es que hubiera entrado al hotel. Jamás me cruzó por la cabeza que existiera la posibilidad de que hubiera entrado en el cementerio.


Decidí dejar ese asunto y ponerme a trabajar. Está de más decir que el panteón estaba cerrado y yo no tenía permiso para entrar. Busqué la forma de colarme y lo hice saltando.


Iba preparado con dinero en caso de que los veladores me atraparan.


El lugar estaba oscuro y silencioso, demasiado, no había veladores, o al menos no los vi. Casi se me sale el corazón cuando vi a la mujer alta caminando hacia el centro del panteón. Pensé en salir corriendo de ahí. Pero, si conseguía una foto de la mujer podría venderla a muy buen precio, ¿evidencia de una extraña mujer a mitad de la noche caminando por un panteón? Definitivamente eso iba a dejar dinero.


El cementerio no es muy grande así que me quedé en mi lugar por unos momentos para no ir tan cerca de la mujer, de todos modos no había manera de que se me perdiera. En ese momento no me cuestioné el cómo ella había entrado al cementerio.


Caminé hacia el centro del lugar y cuando llegué encontré algo que definitivamente no me esperaba. La mujer no estaba ahí. Pero en el suelo, en medio de las tumbas, había un pentagrama hecho con velas ya apagadas, algunas botellas con rastro de líquidos de dudosa procedencia, por el olor puedo asegurar que había orín, sangre y aguas negras, había otras cosas que no pude identificar. También había un hueso, dientes, cabello y una fotografía, estaba quemada así que no se podía notar ningún detalle.


Apenas iba a tomar mi cámara cuando sentí una mirada, volteé hacia atrás y ahí estaba aquella mujer. Pálida, con unos profundos ojos negros y una tétrica sonrisa de oreja a oreja. Me asusté tanto que pude sentir como se secaban mis labios. Corrí, corrí lo más rápido que pude para poder largarme de aquel oscuro cementerio.


No supe ni cómo, pero logré salir de ahí, me costó una uña y un pantalón, pero escapé. Literalmente corrí hasta llegar a la casa donde pago renta.


Dormí, sí, pero no descanse nada, no podía dejar de ver la ventana vigilando que la mujer no me hubiera seguido. El solemne ladrido de los perros de la cuadra no era de mucha ayuda.


Temprano por la mañana llamé a mi cliente y, sin entrar en detalles, le dije que me había sido imposible tomar las fotografías. Me dijo que en verdad las necesitaba y que si se las entregaba al día siguiente aún me daría el bono. Le dije que las tendría.


Fui a correr a la plaza, después fui a desayunar con amparito, terminando pasé a la dulcería a comprar unos cacahuates, y finalmente volví a casa, ahí por la primaria José Gorostiza.


Toda la tarde no pude dejar de pensar en esa macabra sonrisa, ¿en verdad iba a ir de nuevo al panteón?, claro que sí, me respondieron los recibos de luz y agua que estaban sobre la mesa, al lado de la orden de incremento en la manutención.


Llegó el anochecer. Caminé por la calle Sol hasta llegar al cruce con calle Héroes. Y ahí fui todo derecho, mientras caminaba no podía dejar de empeñarme en evitar la mirada con aquellos que aún paseaban por la calle, cuando llegué mercado Martínez me amedrenté un poco con el aullar de varios perros, sonaba igual que la noche anterior, aceleré el paso para hasta llegar a la escuela Belisario Domínguez, giré a la derecha y llegué a la calle donde está el panteón.


Habían sido los 20 minutos más largos de mi vida, pero finalmente estaba, de nuevo, parado frente al cementerio de San Fernando. Sabía que si lo pensaba demasiado me iba a arrepentir así que solo busqué por dónde me había brincado y lo hice de nuevo.


Una vez más, sin veladores, era un poco más temprano esta vez así que no entendía porque nadie estaba haciendo rondines por el lugar. Esperé al acecho de aquella mujer pero nada, un sonido me alteró un poco, era un vehículo pasando por la calle. Fui al mismo lugar donde había encontrado los restos de un ritual y no había nada. Respiré. Comencé a tomar las fotos para mi cliente, una tras otra lo más rápido que podía sin comprometer la calidad. Terminé luego de una hora.


Ya me dirigía a salir cuando alguien me tomó del hombro, me quedé helado, giré mi cabeza esperando ver de nuevo esa infernal sonrisa pero gracias a Dios no fue así. Era el velador. Me dijo que lo acompañara a la salida y que lo hiciera rápido porque ya no tardaban en llegar. Mientras caminábamos le pregunté a quién se refería y me dijo que no podía decir mucho. Le dije lo que había visto la noche anterior y entonces me dijo que me contaría algo pero con la condición de que no volviera porque podría causarle problemas con ellos. Acepté su condición.


Me dijo que durante los primeros días de Marzo, entre los primeros 2 a 6 días, la secta del metro subía al panteón a realizar trabajos, que subían a través de un túnel que conectaba el subterráneo con uno de los mausoleos. Siempre eran 6 personas, encapuchados, rezaban y luego se iban, que nunca tardaban más de 5 minutos, nada más irse llegaba una espectral mujer y también entraba al mausoleo, y unos minutos más tarde un sujeto llamaba al portón para decir que venía a recoger lo que los 6 habían dejado, tras limpiar daba las gracias y se iba. Dijo que esto ocurría todos los años.


No tengo idea de qué es lo que ocurre dentro del panteón de San Fernando, pero está claro que sea lo que sea que hagan está relacionado con esa mujer. Esa noche cuando llegué a la esquina de la calle Héroes miré a la derecha para observar, a lo lejos, que aquella mujer sonriente venía caminando, seguramente para volver a bajar al metro y así completar su recorrido.





5 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Commentaires


bottom of page