Al principio de su arduo trabajo, Arturo Vega plasmó excéntricas obras que reflejaban lo miserable de la condición humana; intentó hallar una razón para sus conjeturas filosóficas pero fracasó. Dios lo había olvidado en cuestión de semanas. Luego se desvió hacia los horrores sin nombre que tanto bebía de sus lecturas de Poe. Arturo supo navegar en aguas profundas, aún manteniendo su fiel estilo surrealista cargado de tensión. Pero, cuando sus conjuros en óleo sobrepasaron la realidad entre lo onírico y lo ominoso, allí surgió el espectro que tanto soñó en noches frías, pálido como una obra de Chagall, flotando en una nube estaba el Cinetista. Reconoció su voz chillona y risa pagana, evaporándose en círculos concéntricos en todo su apartamento. Era el cénit de la creación máxima, el nefasto resultado de la creatividad desbordada. Creación vs creador.
El Cinetista
Actualizado: 15 may 2022
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