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Miguel Marqués

El atraco imperfecto


A

Yo salí de casa para ir a la boca de metro que cae por la Avenida de las Comunidades y coger allí la línea 7. Iba con prisa pero pensando en mis cosas, porque yo soy un tío nervioso ¿sabe? pero eran todavía como las nueve de la mañana y ni el café me había hecho efecto todavía. En la calle Ilustración me crucé con un tipo grande, que casi me choco con él en ese momento, ya le digo que yo iba pensando en mis cosas.

Lo esquivé y vi por el rabillo del ojo que se volvía. No me gustan los problemas, nunca me han gustado, así que apreté un poco el paso no fuera a ser cualquier tarado. Pero me tocó la china, oye. No es que estuviera loco. Es que el cabrón en ese preciso momento y con la calle llena ya de gente decidió que era el mejor momento de atracarme. Lo oí detrás de mí gritar “¡Dame la carteraaa!” con una voz tremenda, y cuando me di un momento la vuelta vi que era un tío enorme. Que yo no me había fijado bien la primera vez. Parecía uno de esos estibadores portuarios con un jersey de cuello alto y una chaqueta impermeable por encima. Él vio que yo me daba por aludido y gritó más todavía “Tú, ¡que me des la cartera ahora mismo!” No podía hacer otra cosa, salí por pies directo hacia el metro, pero le dio por seguirme. No lo habría sospechado pero corría rápido. Yo tengo mal una cadera desde hace tres años y no puedo hacer tampoco grandes esfuerzos. Lo curioso es que por alguna razón decidió que no le valía con pegarle el palo a cualquiera. Me tenía que robar a mí, coño. Que yo no le deseo mal a nadie, pero que se debió cruzar en la persecución con tres o cuatro viejas. A todo esto, mientras yo huía como mejor podía, no se interpuso en su camino ni Dios. Que lo del espíritu ciudadano nos lo dejamos en este barrio para cuando llegan las Navidades, oye. En fin, que llegué hasta la avenida y recé por un momento porque hubiese un coche patrulla apostado a la puerta del metro, pero no soy un tío con suerte, supongo. Lo tenía encima ya, así que hice lo necesario para salvarme la cara. Me saqué la cartera del pantalón y se la di. “Ahí la tienes, pero déjame en paz, joder” y me largué de allí lo más rápido que pude antes de que decidiera también que le gustaba mi reloj.

Lo malo de todo esto es que el mamón no se dio por satisfecho. Hace como una hora estaba viendo la tele tranquilamente en casa cuando llamaron al timbre y cuando me asomo por la mirilla al rellano lo veo ahí, con mi cartera en la mano y cara de mal café. Qué vuelco me dio todo. Lo imaginé por un momento intentando echar la puerta del apartamento abajo y entrar gritando “¡Dame tu playstation!” o cualquier otra locura. Así que llamé a la Policía y esperé dentro de casa sin hacer un ruido hasta que llegaron ustedes, señor agente.


B

Si todo ha sido un malentendido, se lo juro. Yo reconozco que tengo la cartera de ese señor, pero que fue sin querer. De verdad de la buena. Mire, le explico, que hablando se entiende la gente y si el hombre se hubiese querido parar a hablar nos habríamos entendido. Lo que pasa es que cuando no hay voluntad las cosas se tuercen, pero verá que no ha sido culpa mía. Yo salí de casa para ir al trabajo. Tengo una cochera alquilada en uno de los edificios de la Ronda Este y me acercaba para allá por la calle Ilustración. En esto que me crucé con él. ¿Lo han visto ya? ¿Lo han visto bien? Si no es por faltar, pero bueno, ustedes ya ven mucho criminal a diario y no digo más sobre el tema. Es bajito y malencarado, delgado como una anguila. Si no digo yo que sea mala persona, que seguro que es una persona bellísima y muy amigo de sus amigos, pero que tiene toda la pinta de un buscavidas eso no me lo niega a mí nadie. Total, que tuve la sensación de que se hacía el tonto y venía a chocarse contra mí. Me paro y echo mano a mis bolsillos. ¡Y ya está! ¡La cartera! “El mamón se ha llevado la cartera”, pensé yo. Cuando le miro aprieta el paso que casi se echa a correr y claro. ¿Qué iba a hacer? Pues gritarle que me diera mi cartera. Entonces salió corriendo y yo me fui tras él. Pero ¿Qué clase de actitud es esa para alguien que no ha robado nada? Pues se fue como alma que lleva el diablo para la Avenida de las Comunidades. A pesar de que es chiquitillo está medio rengo o algo así y lo alcancé enseguida. En esas se vuelve hacía mí y me tira por fin la cartera de muy malos modos. Me dice “Ahí la tienes, déjame ya”, como si me hubiera hecho un favor. Y acto seguido se va corriendo otra vez y se mete al metro enseguida.

Yo, en cuanto recobré un poco el aliento, me fui a coger de una vez mi coche, pensando que por esta vez llegaría tarde al trabajo pero que me podía dar por satisfecho al menos por haberme librado del hurto. Si no es tanto el dinero. Es el lío de todos los carnets y las tarjetas de crédito, que te pasas dos meses a vueltas para renovar todo. Bueno, que me pierdo, pues cuando estoy llegando al trabajo y voy a sacar mi tarjeta para fichar en la puerta de la nave, me llama mi mujer. Me suelta: “Jose, que te has vuelto a dejar la cartera en casa, cariño” y miro bien la cartera en mis manos y veo que no es la mía.

Se me cayó el alma a los pies, de verdad. Dudé al principio si es que el carterista ese había robado a más personas o qué. Yo creo que, en un primer momento, me sentí tan culpable que deseé que fuera la cartera de algún otro desgraciado y que me hubiese devuelto una de tantas carteras robadas, aunque no la mía. Pero nada, solo con revisar un poco el contenido me di cuenta a la primera de que era de ese hombre, el tal Venancio. Vi esa cara en el carnet de identidad y no había duda ya. Supongo que pensó que yo le quería robar a él.

Me dio mucho coraje, agente, y me decidí a plantarme en su casa con las orejas gachas para pedir perdón y solventar el malentendido. Todo figuraba en su DNI, claro. Y cuando llego, el imbécil se cree que le quiero robar más o algo así y llama a la Policía. Si se lo digo yo, que al final hablando se entiende la gente. Se lo digo yo.

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