Se escuchan chirriantes lamentos desde la habitación contigua, asustando algunas chicas que se escabullen entre las decoraciones. Temerosas de unirse al desalentador coro de ángeles heridos que embriaga a nuestros visitantes danzando al son de sus aullidos. Bajo las plumas que liberan las almohadas que sostienen, al tiempo de jugar con ellas. Están eufóricos a la espera del momento en el que puedan escudriñar el añejo terciopelo cobrizo, frágil y húmedo y suave.
—Una buena fruta; matiza los labios con su lÃquido. —dice el longevo de ellos, mientras masculle un durazno.
El enclenque anciano, invadido por el espÃritu de Shakespeare intenta calmar a las jóvenes, mientras se regodea con sus propias palabras.
—¿Desde cuándo las flores le temen al rocÃo?
—Señor, lo que menciona: son cosas.
Es interrumpido por el bayago de una de las chicas, y no serÃa de su agrado su pronta gallardÃa.
—Cierto,lo son. —explica con malevolencia, lamiendo el jugo de sus labios—. Discúlpame,por lo que ahora les esclareceré: vejestorios, adultas, jovencitas; incluso,niñas pequeñas. ¿Por qué no? Todas son objetos para nuestro deleite.