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Benita sufría, pero en el fondo era consciente de que el riesgo era mínimo, porque era la forma habitual que tenía la gente de desplazarse y la calle se veía alegre y llena de paz y quitando algún que otro incidente, no se alteraba la vida de la ciudad por problemas derivados del transporte, lo que pasa es que una esposa es una esposa y siempre está pendiente de todos los detalles para que la vida en familia no se vea alterada. El cabo Benítez le decía a su inmediato superior, que lo que le pasaba a su mujer es que no tenía chiquillos que le estuviesen enredando todo el día y claro, estaba que se le iba la olla con lo que tenía en casa. Ella se desenvolvía a las mil maravillas por cualquier sitio, sin necesidad de utilizar el coche, las compras las hacía siempre cerca de casa y para cualquier otra cosa, tiraba del transporte público que para eso estaba, además como tenía descuento especial por aquello de estar casada con quien estaba casada pues mucho mejor, había que aprovechar las ofertas, que nunca se sabe si el día de mañana se convierte en hojalata. Tiene carné, que se lo sacó nada más cumplir los dieciocho, pero la verdad es que luego no lo ha necesitado, porque incluso cuando estuvo trabajando en la fábrica, le venía bien el suburbano y también cuadró que podía volver con unos compañeros que la dejaban casi en la misma puerta de su casa. Una suerte, según se mire, porque luego vino la época de la transición de forma radical; ella dejó su trabajo para dedicarse a otras tareas en su casa y al final el carné de conducir pasó como algo anecdótico por su vida. El aguacero se alejó y todo volvió a la normalidad. Al día siguiente la calles volvieron a llenarse de bicicletas como era lo habitual y los cuatro de siempre metiendo bulla por la lentitud del carricoche, el mal funcionamiento de los servicios públicos y el derroche que hacía el ayuntamiento en levantar las calles cuando no por un motivo por otro. La estampa de los niños entrando o saliendo de los colegios ponía la nota colorista y la mejor señal de que todo estaba bien. En Jefatura había pasado el momento crítico y se atendía al servicio de una manera más relajada, con el cabo Gutiérrez tan dicharachero como siempre y el Sargento Bueno pensando en su Benita y en que llegase pronto el viernes, que le tocaba librar el fin de semana y tenía pensado coger todos sus bártulos y desplazarse a la sierra próxima para hacer copias del natural aprovechando la frescura de los campos luego de tanto tiempo sin que cayera una gota de agua.
J.R. Infante
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