top of page
Foto del escritorJ.R.Infante

Calíope (y 3)

.../...

La esquina quedó convertida en un enorme solar y en la retina de Helena aún permanecía, al verlo, la fachada del Palacio que otrora fuera de los Condes de Gelves. A pesar de lo extraño del paisaje urbano, era tanto el cariño que le tenía a la plaza que no faltaba una tarde para charlar con sus amigos, para dejar que sus hijos se expandiesen correteando alrededor de la fuente, sin miedo a sufrir un resbalón y mirando de vez en cuando a la figura que remataba el conjunto, acordándose de su padre  ⸺visión fugaz⸺  y de su madre… Toda la vida tan lejos de él. Ellos dejaron de vigilar sus juegos y ahora le tocaba a ella liarse entre sus dedos una cinta azul celeste, sin saber muy bien por qué lo hacía.

Calìope, la elocuente, encontró en la política una forma natural de desarrollar sus cualidades y halló acomodo en el Ayuntamiento. Tenía hijos, pero apenas disponía de un momento para acompañarlos en sus correrías por la plaza. En alguna ocasión, alguno de ellos le habló de la existencia de una figura arquitectónica que se llamaba igual que ella y que tenía en sus manos una corona de laurel, pero tampoco les prestó demasiada atención. El derribo del Palacio la tenía más que preocupada, no quería dejarse ver por sus inmediaciones. A ella no es que no le gustase conservar el patrimonio, es que en ese momento no había otra salida. El auge del comercio en el centro de la ciudad constituía una máquina imparable. No quería ir a la plaza. No quería ver la dentellada del avance de los tiempos.

 

Mi madre era distinta  ⸺dice una⸺ y al hacerlo vuelven a surcar dos lágrimas toda la extensión de la cara, hasta alcanzar la comisura de los labios para confundirse con la saliva que sorbe a tragos acompasados.

La mía ⸺dice la otra⸺ está inmersa en todo lo que hace o dice la más pequeña que ve usted allí. Es un calco.

 

Cuando la plaza hubo recobrado su nombre primitivo y llegado el cambio de siglo, el callejón de los pobres tan solo conservaba el recuerdo de lo que antaño fuera. En sus inmediaciones ya no hay coches de caballo, ni palmeras al viento, pero si están unos grandes almacenes y la fuente coronada por la musa con niños correteando a su alrededor. A las dos hijas de Pablo le crecieron los hijos como las setas en otoño, aunque sus vidas seguían caminos dispares.

 

En el interior de los grandes almacenes, al salir de una de sus cajas, se encuentran dos mujeres:

—Perdone señora, no he podido evitar escuchar cómo la señorita la ha llamado Calíope.

—Es que ese es mi nombre.

—El mío, en cierto modo, también lo es, y como es la primera vez que me encuentro con alguien que la llaman así, es por lo que me he atrevido…

—Es curioso, tampoco yo me encontré nunca con nadie que se llamase así.

—¿Tiene usted tiempo?

—Digamos que no tengo prisa.

Las dos mujeres salieron del edificio comercial y se acomodaron en una cafetería dispuestas a convertir aquel encuentro en algo más que un hecho aislado en sus ya dilatadas vidas.

J.R.Infante



8 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page