Desgranaba la noche del invierno de mil quinientos ochenta y tres. Cuando aquel joven, finalmente; había encontrado su cerezo.
Luego de pasar su niñez entre los espinos de las rosas, para tiempo después, en sus años longevos poder descansar en compañía de los serenos; junto a su esposa e hijas que, cada noche lo buscaban para dejarles frente a su nombre labrado en la madera su mayor deseo: la flor del cerezo.
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