Serena ante el reflejo de su rostro pensativo, minimizando toda influencia externa de lo cotidiano, Amatista se rindió al placer que representaba el estar sola. El espejo le decía que era irresistiblemente bella, que sus ojos y su boca eran gloriosos como el Edén. La mañana le rogaba a que se paseara por el jardín, que trasladara su deliciosa silueta desde el umbral hasta los tulipanes, las aves cantaban alabanzas a ella, como si de una divina fémina se tratase. Por alguna razón, esa mañana quiso mas bien dialogar con el espejo. No buscaba mas compañía masculina que los hombres idealizados, esos figurines de valientes caballeros medievales como Parsifal o Gawain. Aunque Amatista tuvo uno que otro pretendiente, la melancolía, el apego a la soledad y su obsesión con pensarlo todo vencieron a los candidatos. No son quince ni veinte, tendrá unos veinte y cinco años pero, su mundo se reduce a la eternidad del aquí y ahora. No hay otro instante...Ella sabe que la noche llegara. Con esa noche los fantasmas de lo Inevitable. Entonces llega la Noche y muere toda su belleza, su destello de vida se opaca. El espejo se quiebra como se quiebran sus latidos, los pensamientos se evaporan en el jardín. Amatista ahora solo es un recuerdo...Un vago recuerdo que los tulipanes guardaran en sus pétalos
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