El sargento Bueno en su casa era otro, y hacía honor a su apellido ya que no se le escuchaba casi ni respirar; gran aficionado a la pintura y la música clásica, en cuanto tenía oportunidad, se enchufaba al pincel o al equipo de música para relajarse y encontrar ese punto de satisfacción que proporciona la vida hogareña. Pocas veces había tenido que abandonar sus aficiones o la tranquilidad de su casa para salir precipitado a su puesto de trabajo, porque salvo en contadas ocasiones —como ésta del huracán—, no hacía falta medidas excepcionales para que la ciudad fuese la de siempre, y además estaban sus superiores que ya le avisarían en caso de necesidad, que esto va por capas — como decía el cabo Benítez—, y entre más capas tiene la cebolla más gorda se pone la nómina. Al sargento no le gustaba que le hablase así, pero que iba a hacer, todos los días bregando con la misma persona, al final se le coge cariño y ya no se tienen en cuenta los galones, ni la jura, ni nada de esas tonterías que están muy bien de cara a los demás, pero que en la intimidad del cuarto de control, se olvidan y se trata uno como con cualquier otro compañero. Delante de los demás o ante la presencia de un superior había que guardar las formas, pero cuando estaban los dos solos o casi solos, era mejor tratarse con confianza para que todo rodase a pedir de boca y a él le había tocado en suerte ese cabo, y que le iba a hacer si en lo suyo era muy bueno, aunque luego tuviese esa boca incorregible. En alguna ocasión coincidieron los dos de patrulla por la calle, en aquellas brigadas verdes que se inventó la Jefatura que no sabía muy bien de que iban: les proporcionaron una bicicleta todoterreno con sus alforjas correspondientes y una porra colgando del sillín de fácil acceso, para casos de una pronta intervención , aunque realmente lo suyo era vigilar que todo estuviese en orden en lo referente al tráfico rodado, que no hubiese problemas con el carricoche y que el personal se fuese acostumbrando a que era mejor para todo el mundo, incluidos ellos mismos, dejar el vehículo privado para mejor ocasión. Mucha gente los paraba y les contaba historias de árboles que estaban en peligro de desprender alguna rama, otros que si fulanito estaba regando con agua potable el jardín de su casa y alguno que otro – que gente hay para todo -, que si ellos tenían algo que ver con los futbolistas de Heliópolis. Lo dicho, que en su propaganda oficial no quedaron las cosas claras. Pero Bueno y Benítez llegaron a convertirse con el paso del tiempo en una patrulla agradable para la ciudadanía que respetaba su trabajo, porque entendían que cumplían con su deber por el bien de la comunidad. Luego hubo otras e incluso más de una, porque había que dar ejemplo, según la Jefatura, y no estaba bien visto eso de utilizar el coche para todos los servicios y total para dos o tres gotas que caían al año no se iba a desaprovechar la ocasión de practicar con el ejemplo.
—Cari ¿No deberías coger el coche?
—Benita. ¿Cómo dices esas cosas? Tengo que ser el primero en llegar en bicicleta a la Jefatura. ¿Qué te crees, que esto es como antes que no se podía andar por las calles con tanto tráfico?
—No sé, me da siempre un vuelco el corazón cada vez que te veo salir, me parece muy frágil la bici, que te puedes caer, que te puedes resbalar, yo que sé.
—No te preocupes. Tengo dominio sobre el vehículo que es lo importante, y además la calle es nuestra, lo tenemos todo a nuestro favor para poder desplazarnos sin peligro añadido.
—No sé, pero a lo mejor me quedaría más tranquila si te fueses en el metro o en el autobús.
— ¡Ya! Pero sucede que de esta manera mantengo mi forma; ten en cuenta que luego me llevo sentado el resto de la mañana y el gimnasio cada vez lo piso menos, además también consigo ahorrarme unos minutos que bien sabes, tanto me cuesta perder a primera hora de la mañana.
—En fin ¿Qué quieres que te diga, Cari? Me da miedo, a pesar de todo y de lo bien valorada que está la bici como medio de transporte; a lo mejor es que como yo no la uso me da la impresión de que te puedes ir al suelo de un momento a otro.
—Lo malo es no tener por donde moverse, pero en el siglo que vivimos ya hemos superado etapas anteriores y éste es el mejor sistema para moverse por la ciudad. Te lo digo yo que tengo ya mis añitos de experiencia como usuario y como vigilante del orden.
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