Gabriel la había conquistado. Dos vueltas en bicicleta habían bastado para que Sara se enamorara perdidamente de él.
Se amaban con tanta intensidad que sus almas viajaban a la cima de la locura, de lo sublime.
Ella sentía que lo conocía de toda la vida. Notaba algo en su mirada, el brillo que rodeaba sus pupilas le recordaba haberlo visto antes.
Una cálida tarde de primavera, Sara lo observó con detenimiento y se sorprendió al darse cuenta de lo que había descubierto: Gabriel era ese niño que tantas veces la había invitado a dar un paseo en su bicicleta y que ella había rechazado.
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