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Dabú: El hombre que sabía escribir pero no leer.


Dabú, un joven analfabeto de apenas quince años al que no agradaba estudiar, bajó con una antorcha a la cueva donde moraba Sohari, un ser que, según contaba la leyenda, podía conceder deseos. Su gran sueño era aprender a leer y escribir como un gran literato para enamorar a Bindhá, la más hermosa de las mujeres de su tribu a la que no faltaban pretendientes. Quería ser el primero y el único en su corazón y pensaba que, mediante la literatura de la que alguna vez había escuchado hablar, lo conseguiría. Cuando llegó a donde debía estar aquel ser, una ráfaga de aire gélido apagó su fuego y se quedó a oscuras. Casi dejó escapar un grito, pero se contuvo y respiró hondo para pedir el deseo. Clavó su antorcha apagada en el suelo, se sentó de rodillas, cerro los ojos y juntó las palmas de las manos como si fuera a rezar. «Oh, gran Sohari, señor de la montaña, deseo saber leer y escribir. Por favor, conviérteme en un erudito de la literatura y la escritura», dijo Dabú y otra ráfaga volvió a prender la antorcha. Miró a su alrededor y se quedó pensando, sin saber si su deseo se había cumplido. Segundos después tomó la antorcha y se dispuso a partir con gran desazón por no haber obtenido aquello por lo que había ido allí, pero entonces, cuando estaba sumido en sus lamentaciones, una voz cavernosa le habló a la espalda y Dabú agachó, abrumado, la cabeza:


—Te condeno y te concedo una sola parte de tu deseo.


—No lo entiendo, gran Sohari. ¿Por qué una? —preguntó Dabú sin atreverse a girarse.


—Sabrás escribir, pero jamás leer. Por tanto, tampoco saber leer lo que escribes ni si tiene sentido o no.


—Pero... Gran Sohari, entonces... ¿Cómo podré...


—Puedes irte.


Dabú, casi con lágrimas en los ojos por la impotencia, abandonó la cueva. Fue hasta su cabaña, tomó uno de los pergaminos y la pluma que su padre usaba para anotar información y comenzó a mover su mano sin estar muy seguro de qué iba a pasar. Cuando llevaba unas líneas escritas, intentó leerlas, pero no fue capaz y arrojó el pergamino al suelo para ir a su dormitorio. ¿Cómo iba a poder enviar cartas de amor a Bindhá si no sabía qué estaba escribiendo? Podía ser cualquier cosa, pensaba. Cuando su padre llegó después de una dura jornada de trabajo y vio el pergamino tirado por el suelo, lo recogió y fue a golpearlo severamente por malgastarlo, pero segundos después de caer en la cuenta de cómo su hijo habría sido capaz de escribir aquello si ni siquiera sabía leer, le preguntó al respecto. Dabú le habló del encuentro con Sohari y le pidió que le enseñara cuanto supiera del arte de la literatura para poder así lograr enamorar a Bindhá. Entonces, su padre le prometió que le ayudaría y procedió a leer lo que Dabú había escrito:


—Tu condena acabará cuando comprendas que, solo con el estudio, la fuerza de voluntad y la audacia, es como se alcanzan las verdaderas victorias.


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